Carlos ha vuelto hace poco a casa de sus padres. Su situación económica no le permite seguir viviendo solo. Acaba de cumplir 32 años. Con 21, creó su propia empresa constructora. El sector se derrumbó, y con él, un proyecto de vida.

Son las 12.30 en el Muelle Uno. El primer goteo de turistas, maravillados por el clima y el sabor a sal en el aire, contrasta con su estado de ánimo. A pesar de sonreír, -tiene que atraer los pasantes y conseguir que tomen sitio en la amplia terraza-, Enrique lleva el sufrimiento por dentro. Ahora es una mezcla de relaciones públicas y camarero. «Intento aguantar el tipo. Si me pongo a pensar mucho, me empiezan a entrar ganas de llorar», comenta con hartazgo.

Él es una de las muchas personas que han encontrado trabajo en el último mes en Málaga. La recuperación ha llegado para quedarse. Eso dicen. Los últimos datos de empleo han generado declaraciones llenas de orgullo a una clase política que ve con cierto aire de autocomplacencia, como las cifras del paro van disminuyendo cada mes. Para los números, trabajo es trabajo y cada nuevo contrato equivale a una operación de resta en las listas del INEM.

La calidad de los empleos, en la mayoría de los casos, no es la que le hace brindar de felicidad a los que han conseguido arrancarle algo a un mercado laboral contraído. De los 58.406 contratos que se firmaron en el pasado mes de junio, 55.071 ya tienen la fecha de caducidad escrita en cifras rojas. Enrique acaba el 30 de agosto. «Te tienes que matar a horas extra para llegar a 1.180 euros», describe Enrique el día a día de los camareros que son contratados para lidiar con el verano. «Los hay que están peores. Cada fin de semana entran a trabajar diez camareros con contratos por un día», se consuela.

El nuevo modelo de precariedad Él forma parte del nuevo fenómeno sociológico que está emergiendo con fuerza en Málaga: el trabajador precario. Contratos por meses, a veces semanas. Los hay también de un día. Así es la realidad de muchos trabajadores en estos momentos. Patricia tiene 22 años y acaba de firmar la semana pasada un contrato por un mes. «800 euros por 48 horas a la semana. Hice un módulo en naturopatía, pero no encuentro nada de lo mío», explica esta joven malagueña. Como todos, pide que no salga ninguna foto suya. «A ver si me van a despedir por decir que estas condiciones son vergonzosas». El miedo puede más que la indignación. De todas maneras, su contrato por obras permite a la empresa echarla en cualquier momento. Las facilidades de esta nueva forma de empleo sirven para maquillar estadísticas y embellecer la retórica del discurso político. Sin embargo, difícilmente, permitirá a los que trabajan en estos neoempleos alcanzar la estabilidad laboral necesaria para gozar de una vida despreocupada. Relativamente, al menos. A Patricia le quedan tres semanas promocionando la depilación láser en un concurrido centro comercial cerca del aeropuerto. «Al menos no voy a comisión», suspira. Esta situación difiere con la de Raúl. Con 26 años, cada mes es un baile de cifras e incógnitas para él. Antes cocinero, es ahora un emprendedor vendiendo productos de enceramiento para vehículos. Su jefe les obligó a hacerse autónomos. «Antes trabajaba 80 horas y me pagaban 40», explica.

Geografía entre tragaperras Cuando recibió la primera llamada de lo que ahora es su trabajo, Sara nunca esperaba que iba a acabar entre tragaperras y whisky cola. Estudiante de geografía en la UMA, echó su currículum para realizar unas prácticas durante el verano. Ahora está en el punto de control de este negocio híbrido, entre sportsbar y casino. «Me encargo de vigilar las máquinas y cambiar dinero. Somos tres becarias donde antes había un trabajador. Cobro unos 500 euros al mes». Así resume Sara esta nueva recuperación del empleo que ha llegado para quedarse. Eso dicen.