­Es 23 de diciembre. Vísperas de Nochebuena. Mercado de Atarazanas. Pleno corazón de Málaga. Ajetreo. Idas. Venidas. Las voces de los tenderos se superponen unas encimas de otras para que sus productos sean los elegidos. Es imposible caminar sin no chocar el hombro con otro hombro, que las bolsas no te corten el paso o que las aglomeraciones de los puestos más solicitados te obliguen a hacer un alto en el camino.

El olor a mar que desprenden los mariscos frescos invade el mercado, que tiene como paredes traseras unas preciosas cristaleras que dejan constancia de lo histórico y emblemático del lugar, que tiene que luchar desde hace años años con las cadenas de supermercados y la poca cultura de compra con la que nacen las nuevas generaciones.

Pero los malagueños lo tienen claro: no sacrifican la calidad en fechas tan señaladas. María, una ama de casa de 40 años, que tiene que lidiar además de con el ajetreo de las calles del mercado con las travesuras de sus tres hijos pequeños, cuenta su menú para una noche tan navideña: «Sopa de verduras de primero, mejilloncitos de segundo y lomo con bacon y piña para rematar la faena».

María deja constancia de que, a pesar de comprar en otros lugares, el ver los productos de cerca y saber que son del día hace que los mercados tengan muchos puntos a favor.

Los hombres también hacen la cena. Javier, de 33 años, es un cocinero afincado en Málaga desde hace 3 años procedente de Mallorca, al que le ha tocado recibir a toda su familia pitiusa. «Langostinos, jamón y una sopa de marisco. Sencillo y rico, rico». Javier dice estar casado con la cocina y deja claro que como comprar en un mercado, nada es comparable.

Cecilia, una jubilada de 71 años, malagueña de pura cepa, es clienta habitual de Atarazanas desde «tiempos que ni si quiera recuerdo».

También va a recurrir al marisco en una noche tan familiar. «Tengo siete hijos, nueve nietos y todos están casados. Una buena sopa, gambitas y mucho picoteo, que somos muchos y la cosa está muy mala», nos dice la risueña mujer, consciente de la difícil situación económica por la que atraviesa España desde hace años.

Los comerciantes no lo notan. Cecilia, Javier y María, valientes que se han atrevido a pisar el mercado el día antes de una de esas fechas marcadas en rojo en el calendario de todos los que aprecien la Navidad, cuentan que notan la crisis, pero que no renuncian a la calidad, sino a la cantidad.

Los encargados de los puestos del mercado, enfundados en sus uniformes de guerra, delantal y guantes en mano, en un día tan loco como es el 23 de diciembre, afirman no notar la mala coyuntura económica en un día tan señalado.

Ana Jáuregui, dependienta del puesto 119 del mercado de Atarazanas, ha vendido sobre todo pulpos y calamares. «No puedo decir que note la crisis en estos días tan señalados».

El 24 de diciembre. Familia y cena van unidas de la mano en un día donde los hogares malagueños se aprietan el cinturón para disfrutar de una buena cena donde con poco intentan hacer malabares. Todo sea por comer bien.