Antonio del Puerto se había enfrentado «a la de la guadaña» muchas veces en su vida. Ayer, de madrugada, se vieron las caras. Llamaba así a la muerte porque estaba acostumbrado a verla acechar a sus niños. Siempre que podía la espantaba, hacía lo imposible por que esa vez no fuera la definitiva.

Ayer falleció una persona de las que dejan huella, de las que es difícil despedirse. Por eso se fue sin avisar. Sólo hacía dos años que nos conocíamos en profundidad, pero han bastado para ayudarme a comprender que se ha ido alguien auténtico y a quien echaré de menos. Se ha ido sigiloso, con sólo 58 años, publicando en Facebook poco antes de hacerlo el agradecimiento del padre de una paciente a un médico del Materno. Un ejemplo gráfico de cómo era: tenía un sentido de la justicia y de la verdad de los que no quedan, con sabor a añejo. Pocos hoy se enfrentan dando la cara contra quien mueve los hilos por el simple hecho de ser honesto con la vida.

Las publicaciones de Antonio en las redes sociales evidenciaban qué clase de persona era. Siempre preocupado por los más débiles, luchando por los derechos humanos, por las víctimas de la violencia de género, por la infancia... Por lo de quiénes no lo tienen fácil. Pero sobre todo, preocupado por sus niños del Materno, «mis niños» decía.

Ayer debía incorporarse de las vacaciones, pero un infarto ha dejado huérfano a sus pequeños pacientes. También a los padres de estos niños, para los que a menudo se convertía en su refugio. Muchos decían de él que era su «enfermero favorito», término que le llenaba de orgullo. Era fácil pensar que fuera así. Siempre sacando una sonrisa, arrastrando por los largos pasillos del Materno sus grandes zuecos para que a sus niños no les faltara de nada. Sus compañeros de Pediatría le buscarán con los ojos a partir de hoy en la planta. Su barba blanca y su voz grave ya no están, pero su amor por su trabajo ha quedado impregnado en las paredes del hospital que le vio empezar a trabajar en los 80. Dio todo por su profesión, por sus compañeros, por una sanidad equitativa. Luchó por ella en varios cargos directivos, llegando a ser director de enfermería en la Axarquía o subdirector en el Materno.

Sindicalista convencido, denunció desde CCOO, unas siglas a las que nunca renunció, las deficiencias de una sanidad que cada día, lamentaba, iba a peor. No por el trabajo de quiénes estaban en la brecha, sino por aquellos que toman decisiones sin saber que lo verdaderamente importante es la salud de los pacientes. Durante nueve años extendió su lucha a toda la comunidad con su sindicato, enarbolando la bandera de la libertad más allá de las fronteras de su querida Málaga. Pero en 2011 dio carpetazo a su trabajo por los demás y decidió dedicarse a quiénes más le necesitaban: los niños. En las últimas elecciones sindicales fue el enfermero más votado de todo el complejo sanitario Carlos Haya en el área de hospitalización. Llevaba ese título a gala y se ponía más ancho que largo -y alto era un rato- recordando la confianza que le dieron sus compañeros, su familia.

Republicano y ateo convencido, Antonio militaba en Izquierda Unida y era un fijo de todas las manifestaciones de Málaga. No fallaba así como tampoco renunciaba a los pequeños a los que procuraba la mejor atención, para quienes inventaba mil triquiñuelas por verlos sonreír. Esta feria pasada se llevó a una niña que estaba ingresada a ver los fuegos artificiales a otra planta del hospital. «No iba a dejar que se los perdiera la criatura», me dijo.

Se nos ha ido una bellísima persona, un enfermero enamorado de su trabajo y al que le encantaba aportar sus conocimientos y su cariño por sus pacientes. Una de las últimas veces que charlamos, en las que siempre hablábamos de nuestro amigo José, le dije que era muy buena persona. Él respondió: «Buena no, persona simplemente».

Cuesta trabajo decir adiós a alguien que siempre estará. Permanecerá su lucha, su entusiasmo por la sanidad pública, su amor por sus pacientes. Quedarán él y sus pasos sigilosos por la sexta planta del Materno, esa en la que se han quedado sin el guardián de los niños. Descansa en paz, amigo. Pocos saben todo lo que has hecho -y conseguido- con tu denuncia reiterada de las injusticias. Pero tú preferías no ser protagonista, sino testigo de las victorias. Y como siempre decías: «Hasta la victoria siempre».