­Pocas cosas concitan un juicio negativo más unánime en Málaga que la limpieza. Es sin duda un fracaso compartido entre el Ayuntamiento de Málaga, el alcalde y su equipo de gobierno, la plantilla, y el de una empresa contratista, Limasa, que en 15 años, y teniendo a su disposición un elevado presupuesto salido de los bolsillos de los malagueños, han sido incapaces entre todos de conseguir que la ciudad esté limpia, con la excepción de la calle Larios y aledaños.

Todo ello es consecuencia de una empresa que han sido incapaces de gestionar, dejando la sensación de que Limasa es un monstruo ingobernable. Sirvan dos ejemplos concretos: Limasa premia con un 2% de beneficios a sus socios privados por hacer mal su trabajo y, por otra parte, permite a un trabajador que se jubile designar un familiar para ocupar su puesto.

Ahora que acaba de terminar la enésima huelga que ha puesto a la ciudad al borde del colapso, bien vale echar la vista atrás para repasar la corta historia de Limasa III y comprobar que lo de estos días no es nuevo sino la reiteración de un problema original, que Limasa sigue dando los mismos problemas que cuando se creó y que no es otro que la ciudad no está limpia.

Problemas desde el inicio

La Semana Santa tiene mucho que ver casualmente con Limasa. En la Semana Santa de 2000 se puso en marcha el concurso para contratar un nuevo servicio de limpieza y un año después, en abril de 2001, con la Semana Santa recién finalizada, se decidió contratar para ello a las empresas Fomento de Construcciones y Contratas (FCC), Urbaser y Sando, que junto con el Ayuntamiento como socio minoritario (49 por ciento) formaron Limasa III.

Ya desde el principio contó con medios suficientes para realizar un buen servicio. El contrato se firmó el 16 de abril de 2001 y llevaba ya entonces al pie la rúbrica de Francisco de la Torre. El contrato ya entonces era suculento, 42,8 millones de euros (como se empezó a mediados de abril aquel año sólo costó 30,9 millones). De esos 42,8 millones, en tan sólo 15 años, se llegará a los 89 millones de que dispondrá este año. Más del doble que 2001, pero con peores resultados sobre el estado de la ciudad.

A pesar de ello, ya desde el principio empezaron los problemas y pese a haber firmado el contrato un año antes, en 2002 los privados dijeron que el dinero no era suficiente. La plantilla también se sumó rápidamente a las exigencias, pidiendo mejoras salariales, que la empresa se negó a dar. Y con apenas año y medio de actividad, los trabajadores convocaron la primera huelga de Limasa III, que sacudió con violencia a toda la ciudad. La huelga se vio alimentada, además, por las altas temperaturas de aquel mes de junio de 2002 y sacó a relucir lo peor de muchos ciudadanos, provocando el caos en las calles con decenas de contenedores volcados, desparramados e incendiados. El conflicto laboral acabó con el dictamen de un laudo de obligado cumplimiento que dejó a los trabajadores semi satisfechos y a los socios privados envalentonados.

La huelga les armó, supuestamente, de razón para exigir una revisión al alza del contrato que, en principio, se le negó. Llegó entonces una etapa convulsa en Limasa con los socios privados torpedeando la gestión de la empresa, negándose a firmar las cuentas de 2003 y llevando la confrontación a una situación límite que provocó que el Ayuntamiento de Málaga iniciase el proceso para resolver el contrato y municipalizar la empresa. Fue el 8 de marzo de 2003 cuando el pleno municipal aprobó el expediente que ponía en marcha el procedimiento de resolución del contrato «por incumplimiento del mismo».

Fue la señal de alarma para los socios privados que vieron como se les podía fastidiar el negocio de lo que entonces fue dado en llamar en Málaga como «el contrato del siglo». Y tanto. Las empresas maniobraron, el Ayuntamiento reconvino y finalmente en 2005 se firmó la paz con una revisión del contrato que supuso desde entonces un buen negocio para los privados. A cambio de que la gestión del personal pasaba a manos del alcalde y su equipo, a los privados se les garantizaba tener todos los años un 2% de beneficio.

Esta medida, muy contestada por los grupos de la oposición, provoca que todos los años se entregue el 2% de los beneficios sea cual sea el resultado de su gestión y, como ratificado hasta el propio concejal de Medio Ambiente o el propio gerente de la empresa, el resultado no es otro que la limpieza no es la óptima.

Pero además se estableció que estas empresas debían ser compensadas económicamente para hacer frente a los aumentos del coste del personal. Por este concepto, desde 2005, Limasa cuesta unos 6 millones más al año. La compensación económica ha supuesto hasta ahora 66,1 millones de euros.

Años de falsa tranquilidad

También resulta insólito, por su ineficacia, que el contrato asigne a los socios privados un 2,5% de la cifra de negocios por el concepto de asistencia técnica, que traducido resulta que se llevan ese tanto por ciento de cada factura que se emita. Por este concepto la ciudad ha desembolsado ya 24,6 millones.

La operación de 2005 dejó contentos a casi todos: al Ayuntamiento, a la empresa y los trabajadores, estos últimos por lograr buena parte de sus reclamaciones. Limasa vivió un periodo de varios años de cierta tranquilidad. Había paz social, los trabajadores tenían un convenio por encima de muchas otras empresas, había empresarios satisfechos y un Ayuntamiento que aumentaba cada año el presupuesto.

A pesar de todas estas mejoras empresariales y para los trabajadores, la ciudad seguía presentando en aquellos años problemas de suciedad y eso que se realizó una gran inversión para mejorar y ampliar su flota de vehículos; aumentó su plantilla y sus salarios; amplió sus instalaciones y servicios, como el teléfono verde o la sede de Hermanas Bronte. Pero aún así las quejas seguían llegando a los medios de comunicación por medio de asociaciones de vecinos, de colectivosde todos los distritos y barriadas. Incluso la plantilla que cada año es consultada en una encuesta interna denominada clima social señala año tras año su percepción de una ciudad sucia.

Con todo, esos años de reposo, entre 2005 y 2011, aproximadamente, crearon el ensueño imposible. Fueron años en que paradójicamente la ciudad recibió en dos ocasiones la «escoba de oro», que concede Tecma, la feria del urbanismo y medio ambiente. El Ayuntamiento sacó pecho entonces pese a la realidad que denunciaban los ciudadanos.

Datos

Sucia y cara. Un estudio realizado por este periódico en octubre de 2012 dejaba claro que Málaga era la ciudad más cara de todas las grandes capitales españolas. A cada malagueño le costaba entonces la factura de Limasa 163,4 euros, muy por encima de lo que pagaban en Madrid, Barcelona, Sevilla, Zaragoza o Valencia. Los números han cambiado ligeramente en estos años, pero seguimos siendo los que más pagamos. Otro dato, extraídos de los balances anuales de la empresa, dejan a la vista que los beneficios logrados cada año por los socios privados han aumentado en un 148,1% desde que se modificó el contrato en 2005, mientras que el incremento salarial de la plantilla, también importante si se compara con la evolución del mercado de trabajo, en estos años fue de un 25,5%.

En el fondo puede que el fallo esté en el origen, en el modelo, en la gestión de la empresa y de la plantilla. Durante todos estos año se han realizado continuos planes de choque de limpieza por toda la ciudad y reorganizaciones del servicio buscando una mejoría en los resultado que no se han producido. El propio concejal de Medio Ambiente reconoció hace semanas que la limpieza era «mejorable», mientras que el gerente de Limasa se escudó en que faltaban medios. Más aún, desde hace más de diez años el Centro Histórico es un campo de experimentación donde se han venido sucediendo distintos planes para solucionar el servicio de recogida tanto en domicilios como comercios y en restauración. Se ha probado de todo y ninguno hasta la fecha ha tenido un éxito rotundo.

Para despejar todas estas dudas, hace escasas semanas arrancó una comisión de investigación impulsada por los grupos de la oposición para conocer a fondo qué sucede en Limasa, con unos grupos decididos a revisar una polémica gestión y averiguar qué parte de culpa tienen los socios privados, qué parte tiene el Ayuntamiento y qué parte tiene la plantilla.