Existe una versión debilitada, clamorosa, del hombre, que no es otra que la del hombre en porretas. Con la mujer, gracias a Botticelli y compañía, la cosa cambia. Y, por brutos, y por tradición patriarcal, lo que suele ser lo mismo, ocurre como que se estiliza. El desnudo es caprichoso y lo único que une a unos y a otros es el desnudo parlante, el que diserta, que es sutilmente unisex y apocalíptico. La persona que perora sin ropa se convierte automáticamente en un Nerón radicalizado, en una criatura rotunda, ideal para las puestas de sol, a punto siempre de elevarse. La palabra dicha en cueros tal vez sea lo contrario, por su solemnidad, del bañador que baila. Y eso es así en todo el mundo, salvo en la costa de Málaga, que ha sido toda la vida de ir mucho a su aire. Incluso cuando es cuestión de montárselo bien, pero con el discurso en libertad, sin armadura textil.

Durante el ya largo ajetreo de su historia turística, la Costa del Sol ha sido sede ocasional de todo tipo de reuniones y conciliábulos. Por aquí, con más o menos bombo, han pasado lingüistas, ingenieros, esperantistas, masones. Todos en formato parlanchín, pero sin creer del todo en esto de la gracia descapotable. Tuvo que ser Estepona quien lo inventara: rizando el rizo de la desnudez, poniendo a la gente a discutir y celebrar el simposio sin un triste tanga que llevarse al eje. Y, además, dejando de lado el revuelo místico. Charlando como si tal cosa. En 1984, apenas cuatro años después de inaugurar la primera playa nudista de España, la provincia se montó su propio mundialito de conferencias en pelotas: la Reunión Mundial Naturista, que por primera vez se celebraba, y ya es mérito, por debajo del sur de Francia.

Décadas después de liársela a Brigitte Bardot por hacer topless, del primer destape de Gala, la de Dalí y la de Éluard, la provincia se atrevió a ser también pionera en uno de los pocos asuntos que le quedaban para terminar de desquiciar a los próceres eclesiásticos. No fue, eso sí, nada fácil. Aunque en el momento de anunciar las jornadas la polémica ya había descarrilado. Y, además, por las misma razón por la que nunca hubo deportaciones masivas de suecas peluqueros emboscados en la puerta de los bares. La pela, la chispeante y tranquilizadora pela, que fue, sin duda, la madre putativa del turismo. El eterno gran viático.

Que en 1984 hubiera entre Estepona y Manilva hombres y mujeres de todas las razas reuniéndose para conferenciar sobre el nudismo, vestidos, como es natural, de Tarzán en la ducha, era como se comprenderá una cuestión que al Gobierno a esas alturas se la traía bastante al descuido. En esto la democracia, aunque con menos cinismo, aprendió de la doctrina Fraga; si trae divisas, mejor mirar para otro lado. Un lema que en la playa nudista de la costa, donde tuvo lugar el encuentro, se llevaba a rajatabla. Entre otras cosas, porque el lugar había sido diseñado a prueba de mirones, ahorrando disgustos a la carcunda y tentaciones campechanas a sus hijos, que aquí siempre hemos sido mucho de tirar piedras y encaramarnos luego y con la fresca a lo alto de la tapia, donde decían a los niños que había cosas secretas y prohibidas. Por supuesto el brillo, a la par lacónico y floreciente, de una nalga.

En la cumbre internacional naturista todo fue serio, ejemplar y mayoritariamente sin ropa. Hubo representantes de 29 países. Incluidos Costa de Marfil, Estados Unidos o la perimida Yugoslavia. Ya lo decían nuestros mayores: el desnudo es una cosa que concierne fundamentalmente a los extranjeros y, sobre todo, a los franceses, que eran quienes junto a la Asociación Naturista-Nudista de Andalucía (ANNA) habían impulsado Costa Natura, el complejo inaugurado en 1980, no sin sobresaltos, para acompañar, con bula institucional, a la primera playa autorizada para la práctica del nudismo de España. Imaginen el escándalo y la heroicidad de la propuesta: plantear una miniciudad, todavía vigente y con salud, de gente aficionada al despelote a apenas nueve años de distancia de la flebitis y de la muerte de Franco. Que la Transición no cuente milongas. Y si no perciben la dureza lean lo que escribió en la prensa el consejo pastoral de una parroquia cercana: «La playa atenta contra elementales principios religiosos y puede ser foco de vicios».

Por fortuna, con esto se impuso la sensatez. Perdió el decanato de la caspa. Y Costa Natura, con una votación reñida en el Ayuntamiento de Estepona, prosperó, llenándose al instante de extranjeros. Nada más abierta la zona de baño empezaron a acercarse los famosos. Susan Hayward, la sobrina de la gran actriz homónima, que venía de hacer una revista con Juanito Navarro. Y, por supuesto, Gunter Sachs, que por esos días pasaba más tiempo al descubierto que de punta en blanco y con la camisa remangada. Los curas pronto descubrieron que el demonio potencial iba en familia, apenas hacía ruido y hasta tenía capilla en el complejo. Tertulianos de todo el mundo en cueros. Menos mal, por Tutatis y por la vida, que a Marhuenda no le dio en esos días por esta clase de aficiones.