Existía un muro cincelado, quién sabe si a pulmón, en la roca. Ruinas con nombres como la Reina Mora, leyendas de tesoros, historias hechas con ese material, tan lleno de imaginación, con el que se explican los restos antes de que converjan con la datos. Bobastro, como una metáfora excesiva de su significado, corría en paralelo; era una etapa enciclopédica sin físico. Hasta que en el siglo XIX, Francisco José Simonet señaló sin lugar a dudas su ubicación correcta.

La primera excavación, llevada a cabo por Cayetano de Mergelina en 1923, sirvió para sacar a flote La Alcazaba. Una constatación que, junto a la iglesia a la vista, ratificaba la tesis del emplazamiento, que únicamente fue cuestionada en una ocasión, en los sesenta, cuando el arabista Joaquín Vallve desplazó el enclave hacia la Axarquía. Una teoría felizmente superada. Y más después de los sucesivos trabajos posteriores. Que Bobastro se alza en ese punto, a dos kilómetros de El Chorro, ya no se discute. Ahí están como argumento añadido las expediciones de Rafael Puertas, que arrojaron luz al entorno del monasterio, y, sobre todo, las de Virgilio Martínez Enamorado, que en 2003 culminaron con el hallazgo de una segunda iglesia. El propio especialista insiste en las sorpresas que todavía aguardan en el yacimiento, donde se presume una medina repleta de posibles huellas históricas. «Estamos hablando de un tesoro turístico en potencia. Un lugar cercano al Caminito del Rey, a los embalses, a apenas 50 kilómetros de Málaga», resalta. Lo único que resta es voluntad institucional y, sobre todo, financiación. Bobastro, espera.