­Aunque tras escuchar en California al gran Stan Getz quiso ser saxofonista, el elevado precio del instrumento le terminó convirtiendo, en sus escasos ratos libres, en un virtuoso del clarinete, que es más barato que un saxo.

Rafael Garesse Alarcón (Málaga, 1953) es afable, cercano y las muchas décadas fuera de su ciudad natal no han hecho que desaparezca el acento de la tierra, porque sigue sintiéndose «un malagueño en Madrid».

Ayer lunes, este brillante científico, farmacéutico, bioquímico y desde el año pasado, rector de la Universidad Autónoma de Madrid, ingresó como académico correspondiente en la capital de España en la Academia Malagueña de Ciencias, con un discurso de cine: Dos genomas y un destino, la mitocondria. Pequeñas historias de una vieja amistad. Poco antes, atendió a La Opinión.

Descendiente de comerciantes italianos afincados en Gibraltar y de una conocida familia de Málaga, este hijo único perdió a su padre, farmacéutico en El Perchel, con dos años y a su madre con 20 años.

Estudió en los Maristas y a partir de los 12 años, en el Colegio San Estanislao, pues se trasladó a vivir a Pedregalejo. «Mis recuerdos de infancia son maravillosos, tengo una vivencia personal magnífica», cuenta.

Iba para farmacéutico en El Perchel, pero en la Facultad de Farmacia de Granada tuvo un profesor de Bioquímica «extraordinario que nos tenía fascinados a todos, Fermín Sánchez de Medina». Y a la Bioquímica dedicó su tesis doctoral.

Mientras trabajaba en la entonces puntera Clínica de Puerta de Hierro, cuenta que en 1982 cometió «la locura» de enviar una carta al dos veces premio Nobel de Química, el británico Fred Sanger, que no sólo le contestó sino que le animó a sumarse a su equipo en Cambridge, en el que en ese momento trabajaban seis premios Nobel. «Era absolutamente otra galaxia. Estuve totalmente impresionado durante algunos meses. Allí descubrí la Biología Molecular, empecé a trabajar con ADN, con la secuenciación, a clonar genes... fue un cambio extraordinario», reconoce.

A la vuelta, un año más tarde, le ofrecieron entrar como adjunto de Bioquímica en la Facultad de Medicina de la Autónoma. «Antes había dado clase de Bioquímica a las enfermeras de Puerta de Hierro y allí descubrí que me apasionaba dar clases».

Su trabajo en la Autónoma de Madrid, una universidad que siempre ha priorizado la investigación antes que la docencia, le ha permitido dedicarse a las dos cosas, así que además de catedrático de Bioquímica y Biología Molecular -antes de cumplir 50 años- ha continuado con sus investigaciones, desde hace unos 25 años centradas en las enfermedades raras causadas por defectos mitocondriales y un requisito muy importante para entrar en su equipo: «A todo el mundo le digo que lo importante para entrar en mi laboratorio, lo primero es divertirse y luego hacer buena ciencia, pero no se puede hacer buena ciencia estando amargado» (risas).

Muy vinculado al Instituto de Salud Carlos III, que gestiona los programas de investigación en el Sistema Nacional de Salud, la propuesta del anterior rector, José María Sanz, de reforzar los hospitales asociados le animó a ser vicerrector de Investigación durante ocho años y desde 2017, es rector de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), situada entre las 200 mejores del mundo, «y entre las de menos de 50 años, a veces entre las 10, 12 primeras», comenta.

Admite que dirigir esta universidad con cerca de 28.000 alumnos «no tiene horario, porque realmente uno está dedicado en cuerpo y alma». Tiene claro que cuando acabe su mandato no se presentará a la reelección y al preguntarle por el panorama actual de la Ciencia en España, advierte: «Creo que este país tiene un problema grave y es que no es consciente de que la investigación es el motor para desarrollar una sociedad de bienestar. Se cree que simplemente es invertir en cosas volátiles como las infraestructuras o el turismo, que siendo una fuente de riqueza, no crean un estado del bienestar sólido. Eso lo dan un tejido científico y una educación muy fuertes, porque es lo que genera innovación y conocimiento».

El rector de la UAM aprovecha para desmentir algún tópico: «Hay una sensación de que los jóvenes universitarios cada vez están peor preparados. Yo creo que no, que llega una juventud muy bien preparada, lo que necesita es un entorno adecuado para seguir creciendo y en todo caso, es más el profesorado el que tiene que adaptarse a los cambios».

Rafael Garesse, nuevo académico de Ciencias en su tierra. «Una gran alegría», reconoce.