En el momento en el que el avión bimotor hace contacto con la pista de aterrizaje congelada de Qaanaaq, las sensaciones de primavera que experimenté en Málaga ya me quedan más lejos que nunca. Vamos subiendo la apuesta y el termómetro ya marca los 27 grados bajo cero. La sensación térmica, con el viento acariciandome la mejilla, hace imprescindidible la ropa térmica que llevo puesta desde que salí esta mañana de Illulisat. Esta mañana, ha hecho mejor tiempo. Una tímida aurora boreal me ha dejado con ganas de más. Llegar a Qaanaaq significa varias cosas, pero, ante todo, es un reencuentro.

Lo es porque aquí vive Storm Odak. Reconozco que le he cogido hasta algo de cariño desde que me acompañó en mi primera incursión en el Ártico. A mi llegada me recibe en la pista de aterrizaje junto a Hans. El suyo es el único nombre inuit que he aprendido a pronunciar de manera correcta. Hans es el propietario de un pequeño hotel en Qaanaaq. Un hotel muy particular, eso sí, porque ejerce, a su vez, de apostento privado para su familia. Aquí convive con su mujer y sus hijos, y hoy voy a ser uno más.

La población se reduce. Apenas 600 personas viven en Qaanaaq. Otra vez disfruto de unas vistas limpias al mar congelado. Un centenar de iceberg están anclados en diferentes formas y tamaños. Ninguno es igual que otro. La simbiosis entre el hombre y su entorno es total porque aquí viene lo curioso: los iceberg garantizan en invierno el suministro de agua. Varias veces al día, un tractor se desplaza mar abierto para extraer grandes bloques de hielo de los iceberg, que luego se descargan en un camión. Este valioso material es transportado luego a una especie de central de abastecimiento, donde se derrite el hielo proveniente de los glaciares gracias al mezclaro con agua caliente. Un camión cisterna reparte luego este agua entre las casas Qaanaaq, donde se almacena en los correspondientes tanques.

Ahora mismo me encuentro en uno de los lugares más recónditos del mundo. Es la parte noroste de Groenlandia y cómo de lejano tiene que estar este trozo de tierra para que les parezca hasta a los propios groenlandeses un lugar un tanto alejado. Le llaman "Avanersuaq", que significa algo así como remoto. Aquí ya empiezo a tener serios problemas de cobertura. Sin el wifi que me ofrecía el hotel en Illulisat, tiro de teléfono satelital para dejaros algunas fotos de mi llegada a Qaanaaq y de mi querido inuit de confianza. La travesía hasta llegar a Canadá comienza mañana. Trago saliva porque tengo ante mí más de diez días de superviviencia en el Ártico: 16 perros, Storm, un trineo, tiendas de campaña y yo.________________________________________________________________________________________________

Manuel Calvo es un malagueño de 52 añosexploradores españoles ÁrticoCompartirá durante las próximas semanas para La Opinión de Málaga sus experienciasManuel CalvoTiendanimalTiendanimal Educa

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Diario de un malagueño en el Desafío Ártico