El escritor H.G. Wells tuvo un accidente providencial en su infancia.

Al parecer, un compañero de su padre, jugador de cricket, le volteó por los aires, quizás para celebrar alguna victoria, con tan mala suerte que el niño aterrizó cerca de una estaca y se rompió la pierna. En las semanas de recuperación se hartó de leer libros y hojear enciclopedias y eso fue lo que le decidió a ser escritor. Así que, gracias a un deportista inconsciente y algo manúo, el mundo ganó a una de sus mejores plumas.

Las influencias están ahí, incluso a niveles mucho más modestos. Por la infancia del firmante, por ejemplo, se cruzaron un matrimonio de intrépidos periodistas, un padre aficionado a los yacimientos arqueológicos y al Patrimonio de Málaga, y una madre y un abuelo que le enseñaron a querer su ciudad, a frecuentar sus barrios y a hablar con sus vecinos. El gazpacho resultante es un servidor, que iba para abogado pero viró a tiempo y terminó de periodista, gracias a todas estas providenciales influencias.

Y todo esto porque la crónica que hoy leen es la que en cierta manera echa la vista atrás porque el pasado sábado se cumplieron dos décadas de la primera de ellas, y van más de cinco mil.

En esa primera crónica hablábamos de los carteles electorales que inundaban Málaga, pues las municipales las ganaría Celia Villalobos antes de dar la espantada a Madrid al año siguiente y propiciar la llegada del fichaje más rentable del Partido Popular: Paco de la Torre.

Hablábamos entonces de los prodigiosos bigotes del candidato andalucista Carlos Lucena; del rápido envejecimiento -a lo retrato de Dorian Grey- de un cartel de Paco Oliva bañado por el sol, frente a los Baños del Carmen, lo que lo asemejaba a algún vestigio publicitario de las elecciones del 79, pero también de las preciosas jacarandas que en ese momento florecían en el Jardín de los Monos y de las pintadas que ensuciaban la puerta de la iglesia de San Julián, lo que en breve obligaría al santo que presidía el frontal a huir «en busca de lugares más sacros».

Como ven, constantes de esta crónica que ha intentado siempre mostar las luces y sombras de Málaga desde un punto de vista absolutamente subjetivo, el de un cronista que da su opinión personal y que no duraría ni 30 minutos en ningún partido político porque en seguida discreparía de sus dirigentes.

La satisfacción en estos 20 años es haber asistido a una enorme transformación y mejoría general de Málaga. La preocupación, que a los políticos se les vaya la cabeza con este éxito innegable y empiecen a caernos encima proyectos más propios de Benidorm que de una ciudad que quiere potenciar sin estridencias su oferta cultural y patrimonial.

Muchas gracias de corazón por su paciencia y generosidad. Mañana, más crónicas de Málaga.