­Cuenta la leyenda que en la mayor época de abandono y penuria del Jardín de La Concepción, la estatua de una ninfa cobraba vida por las noches para regar con su cántaro cada flor y cada árbol de este majestuoso vergel, manteniéndolo así con vida en sus peores años.

Hoy en día la escultura sigue vigilante en su fuente, aunque tranquila y sosegada pues, desde hace 25 años, Paco Ruz mantiene el relevo en el cuidado de la espesura tropical que hace más de siglo y medio levantaron los marqueses de la casa Loring, especialmente Amalia Heredia, la mente y el corazón del jardín, cuya huella aún se mantiene intacta.

Paco, un cordobés de Montilla de 69 años, se mudó a Málaga para trabajar en las extintas Bodegas Flores como técnico en la elaboración de vino. Aunque siempre le gustó la jardinería empezó a vivir de ella casi de casualidad y tras unos años como empleado en una empresa dedicada a instalaciones de riego, empezó su andadura en La Concepción. «Me metí aquí en principio con la escuela taller del Jardín, preparé las oposiciones y las saqué», relata con tranquilidad. Hoy en día, en el argot propio del papeleo, Paco es el jefe de la sección de Jardinería e Infraestructuras, aunque él se presenta, no sin cierta sorna, como «el viejo del Jardín».

El Ayuntamiento de Málaga adquirió el Jardín Botánico-Histórico de La Concepción en el arranque de la década de los noventa. En 1994, se abrió al público y ese mismo año, Paco se hizo con la responsabilidad de mantener un Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1943 y un jardín único en toda Europa con una extensión de más de 20 hectáreas.

Desde entonces, Paco llega al trabajo cuando en la radio empiezan a sonar los primeros boletines informativos de la mañana. Para acceder hasta su despacho, ubicado en una de las alas de la Casa Palacio de los Loring, hay que subir un centenar de escalones desde que entra en el recinto. No obstante, durante el trayecto, Paco no los va contando, sino que mantiene la vista puesta en un cielo encapotado por los centenarias copas de una multitud de ficus, araucarias, palmeras, eucaliptos... y mientras los ojos de los viandantes contemplan la grandeza botánica que emerge de la tierra, los de Paco, en cambio, se fijan en lo imperceptible: una rama demasiado larga que habría que podar, un tronco inclinado sobre uno de los senderos o un árbol dudoso para el que habrá que encargar un estudio que evite una caída inesperada y un susto superlativo para este jardinero.

La tranquilidad que esta selva regala a todo el que se adentra se ve perturbada con cierta frecuencia por una musiquilla insistente que emana del bolsillo de la camisa del cordobés. Se trata de dos teléfonos, un smartphone y otro más antiguo (de los que aún conservan los botones) que no paran de sonar en toda la mañana.

Sin discriminación y sin rastro alguno de crispación, Paco va contestando a cada una de las llamadas tranquilamente.

Sin embargo, la gran faena está en la segunda planta de la que fue residencia de dos grandes familias de la aristocracia malagueña, los Loring-Heredia y los Echeverría-Echeverrieta. Superado el último tramo de escalera, al fondo de un largo pasillo, aparece la oficina de Paco, con planos y fotografías de La Concepción de todas las formas y ángulos posibles, ya sea colgados de las paredes, extendidos sobre las mesas o enrollados sobre montones de papeles y, de fondo, un infinito hilo de música clásica. Sobre el escritorio hay dos ordenadores repletos de documentos y proyectos que hacen a este jardinero sacar pecho. Por ejemplo, cada uno de los miles de árboles arraigados en La Concepción cuentan con una ficha técnica en la que se recogen sus datos y todas las actuaciones que se le han hecho al ejemplar. O bien el programa con el que se controlan los riegos en el Jardín. Si alguien busca la clásica imagen del jardinero regando las plantas, no lo encontrará aquí, ya que Paco puede activar los aspersores de cualquier rincón del vergel, por recóndito que sea, a través de su móvil, el moderno, el de la pantalla táctil.

De mente abierta

En contraste con el ambiente de nostalgia y reliquia que envuelve la creación de los Loring, Paco demanda modernidad y nuevas tecnologías. «Los jardineros no cortan los setos con las tijeras ya sino que llevan un cortasetos... lo mismo todo, hay que manejarlo así, según mi manera de ver», sostiene. De hecho, tener una mente abierta e ímpetu para no quedarse atrás son los requisitos más importantes para quien se postule como sucesor de Paco, que en la próxima primavera empezará una nueva etapa vital: la jubilación, un período para el que no le faltan planes para La Concepción. Este jardinero seguirá ligado al enclave tropical y, aunque no estará al frente de su gestión, aprovechará el tiempo libre para estudiarlo a fondo.

En definitiva, Paco, que construye su opinión a través de los instantes vividos, recurre a una vieja conversación cuando se le pregunta qué piensa verdaderamente del Jardín Botánico y su resistencia al tiempo. «Paco, esto no se puede crear, esto hay que comprarlo hecho», recuerda que le dijo un alemán, Gunter Brütt, propietario de una importante colección de palmeras en Marbella. «Esto no lo puedes hacer si quieres disfrutarlo», añade él mismo. «Estas cosas hay que encontrárselas, pero también hay que hacerlas para que se las encuentren los demás», afirma rotundo.

De momento, la ninfa sigue en su sitio, aunque alerta. En el fondo sabe que será difícil encontrar a alguien que cuide de sus dominios como ha hecho, durante un cuarto de siglo, Paco Ruz.