En 'El infinito en un junco', la doctora en Filología Clásica Irene Vallejo nos cuenta la historia de los libros en el Mundo Antiguo.

Entre las muchas historias que recoge, recuerda que la aparición del alfabeto supuso dejar a un lado una catarata de signos que representaban objetos e ideas y centrarse en la representación de sonidos, para los que sólo hacían falta un puñado de letras.

Para desolación de los escribas, que vivían del selectivo negocio de conocer al dedillo cientos de signos, el alfabeto se popularizó con algo menos de una treintena de letras. Pero lo que le dio el empujón definitivo fue la idea de un griego (o griega) que hace 29 siglos decidió completar el alfabeto fenicio, que sólo reproducía consonantes, para añadirle las vocales.

Del pasado de los viejos signos, eso sí, nos han quedado letras como la O, que originalmente hacían alusión a un ojo; la D, que era una puerta; la N, que representaba a una serpiente o la M, que como puede verse llevaba encima las ondas del mar.

Pues bien, toda esta evolución de miles de años, todo este avance de la Humanidad, que convirtió la ciudad fenicia de Mlk en Malaka, gracias a este griego (o griega) del siglo VIII antes de Cristo que puso las vocales, es lo que ha hecho posible que un tarugo de proporciones míticas, un verdadero campeón de los mendrugos, haya podido juntar unas pocas letras y con ellas volver a pintarrajear el lateral de la calle Santiago, la fachada de la parroquia de Santiago, que había sido repintada y limpiada como quien dice, ayer.

Al logro maravilloso de la invención y mejora del alfabeto, súmenle la construcción de la parroquia más antigua de la ciudad, que comenzó a levantarse en 1490, un año después de la entrada de los Reyes Católicos por la vecina Puerta de Granada tras conquistar la ciudad musulmana. Pero además, mientras se construía el Templo Mayor y hasta que se abrió al culto, la parroquia de Santiago hizo de Catedral de Málaga durante cerca de un siglo.

Unan estas dos maravillas del saber (el alfabeto), la Historia y el Arte (la parroquia de Santiago) y ahora compárenlas con el ceporro de mentalidad uniceja que, con el infantil objetivo de dejar su firma los próximos meses blandió con sus manazas un espray para escribir algo así como 'Tato' en grandes letras en el lateral de este Bien de Interés Cultural.

La marca del garrulo culmina en una especie de dibujo que quiere representar un tiburón. Aunque el ceporro no lo pretendiera, el escualo bien puede simbolizar perfectamente el triunfo de la fuerza bruta sobre la educación, la sensibilidad y el civismo.

Lástima que algunas almas de cántaro hagan uso de algo tan hermoso como el alfabeto y un monumento de Málaga para, por medio de las malas artes, embestirlo con la cabeza.