Hace unos días esta sección habló del precioso Castillo de Gibralfaro, uno de los monumentos de visita obligatoria para los turistas que llegan a Málaga. Y comentamos que aunque el castillo se encuentra en buen estado de revista, no puede decirse lo mismo del doble pasillo amurallado que conecta el castillo con la fortaleza de La Alcazaba: la veterana coracha terrestre.

Como contamos, basta subir por el empinado paseo turístico que comunica con Gibralfaro para constatar que algunos bípedos con espray, en lugar de ensanchar sus conocimientos o fomentar la solidaridad entre los seres humanos, dedican su tiempo libre a guarrear la muralla.

Y no solo en el exterior, también en el interior de la coracha, en la zona más próxima a la antigua plataforma para cañones franceses -de tiempos de la invasión napoleónica-. Porque nuestros ágiles bípedos saltan la muralla y se cuelan dentro para continuar su pictórica tarea destructiva. Como propone esta sección, bastaría con abrir la coracha terrestre a los visitantes para que las gamberradas bajaran en grado sumo, además de facilitarle la vida a los turistas que quieran conocer la Alcazaba y Gibralfaro en poco tiempo.

Hoy, no abandonamos estos altos andurriales porque lo que en líneas generales se pregunta el ser humano en algún momento de su vida, aparte de las clásicas cuestiones «de dónde venimos y a dónde vamos» es, sin duda, «de dónde vendrá esa humedad».

Viene a colación esta reflexión porque tras publicarse la crónica sobre la coracha terrestre, un amable lector nos envía una foto tomada in situ, de un lienzo del castillo que luce una mancha de humedad de padre y muy señor mío. Si las lagunas de Ruidera se secan, de aquí podrían nutrirse si se facilitara un buen trasvase.

Bromas aparte, se trata de un mancha muy apreciable que trepa hacia una de las torres macizas del castillo de Gibralfaro.

Fuentes municipales (nunca mejor dicho lo de ‘fuentes’) informan a esta sección de que la mancha es una vieja conocida y que tiene desconcertados a los técnicos del Ayuntamiento, porque los pasillos y suelos de la torre fueron cambiados en los 90. Además, en esa parte no hay ningún contacto con el agua ni tampoco plantas que haya que regar. Y por supuesto, llevamos un tiempo en el que no llueve a cántaros...

¿Qué pasa aquí?, recordemos el famoso y divertido cuento de Oscar Wilde El fantasma de Canterville, con esa mancha de sangre que no había quitamanchas que la hiciera desaparecer.

La última noticia, la teoría que manejan los técnicos de la Gerencia de Urbanismo, es que la torre se moja no porque diluvie o alguien la riegue por las noches, sino por ‘capilaridad’ de la roca donde está levantada. Capilaridad es, según la RAE, el fenómeno por el cual «la superficie de un líquido en contacto con un sólido se eleva o desciende según aquel moje o no a este». Lo mismo es eso y todo.