«Cuando se cae al suelo tenemos que llamar a alguien o a la ambulancia porque nosotros no podemos», lamenta Victoria Pérez, de 76 años. Esta malagueña del barrio de La Luz, con parkinson y un 88 por ciento de discapacidad, no puede hacerse cargo ya de su hijo Juan Antonio, de 44, así que todo el esfuerzo recae en José Fernández, su marido, que tiene 78.

En el último parte médico de su hijo, de octubre del año pasado, que muestra José, consta que Juan Antonio presenta «parkinsonismo con retraso mental. Una enfermedad neurodegenerativa crónica progresiva en situación de dependencia».

La enfermedad de Juan Antonio, explican los padres, provoca que su hijo pierda el equilibrio con facilidad, lo que a veces ha provocado que el padre también acabe en el suelo.

«El otro día, a las 7.30 de la mañana, estaba dándole la pastilla al niño antes de que se lo llevaran al colegio cuando entro en el cuarto y mi marido estaba tirado en el suelo», recuerda Victoria.

Los padres enseñan también la mampara rota del cuarto de baño y la cisterna rota del bidet, evidencias de sendas caídas de su hijo. «Se cayó de espaldas», cuenta José.

Desde hace unos cinco años, Juan Antonio Fernández acude todas las mañanas, de lunes a viernes, al Centro de Atención Para Personas con Necesidades Especiales Virgen de la Candelaria, en Alhaurín de la Torre. «Vuelve a casa pasadas las 4 de la tarde y lo tenemos que tener desde entonces, también los fines de semana. Yo soy quien lo lava, lo viste y le da de comer... y tengo ya 78 años», cuenta el padre, que precisa que en verano, y como su hijo suda mucho, lo llega a bañar tres veces al día. Además, hay noches que apenas duermen porque su hijo requiere de cuidados a cualquier hora, por eso le tienen puesto un intercomunicador.

Con respecto al centro de día de su hijo, José Fernández recuerda que llegó a reunirse con el alcalde de Alhaurín de la Torre, «porque se nos dijo, con una persona de la Junta, que darían los pasos para abrirlo como residencia».

Aspromanis y Coín

Sin embargo, el tiempo pasa y los padres admiten que ya no pueden cuidar físicamente de su hijo. Hace seis años, en 2014, Aspromanis les ofreció una plaza para Juan Antonio en su sede de Málaga capital, pero por entonces los padres aún se sentían con fuerzas para cuidar de su hijo y la rechazaron, una decisión que ahora lamentan profundamente.

Además, en 2017 dijeron que no a una plaza en Coín por el emplazamiento de la residencia: «Estaba en las afueras, en lo alto de un monte y para ir allí había que coger el coche de línea primero y luego un taxi en Coín. Pensé que allí me lo iban a enterrar en vida», argumenta José.

No obstante, los padres han concluido que, visto el panorama, tiran la toalla, por eso han autorizado que su hijo pueda ir a cualquier residencia andaluza. De cualquier forma, no pierden la esperanza de que la residencia la consigan en Málaga capital.

«Se me va a partir el corazón si se va pero no podemos hacer otra cosa. Querríamos que fuera en Málaga capital y si es en algún pueblo, que sea de la provincia pero que pudiéramos ir a verlo», pide José.