El coronavirus ha duplicado la familia de Rafael Gutiérrez y la ha hecho más numerosa e internacional, al pasar de cuatro a ocho componentes, tras acoger a tres compañeros del colegio de Italia del hijo, que volvió con ellos a su casa en Vélez-Málaga de forma imprevista y rápida al cerrar el centro ante la epidemia.

Esta historia de solidaridad y hermanamiento empezó hace tres semanas cuando en España aún estaban en la calle unas máscaras más felices, las de los carnavales, y ha transformado de la noche a la mañana una casa familiar en improvisado centro de acogida de lo que puede considerarse como refugiados ante la pandemia.

Mientras gran parte del planeta se confina en sus hogares, tres jóvenes -uno de Italia y dos de Costa Rica- se han visto obligados a convivir con la familia de su compañero Pablo, que les tendió la mano y les abrió sus puertas cuando no tuvieron más remedio que -de forma inminente- huir del país donde cursaban sus estudios.

Uno de ellos, el italiano Jacopo, tenía una situación más "dramática", ya que sus padres, que viven cerca de Milán -zona cero de esta epidemia en Italia-, no pudo evitar tomar la dolorosa decisión de pedir al hijo que no volviera a su casa tras el cierre del colegio por temor a lo que pudiera ocurrir.

Así lo relata a Efe Rafael Gutiérrez, funcionario jefe de servicio en la Junta de Andalucía, que se ha convertido en el padre de esta prole sobrevenida, y que asegura que aunque la familia de Jacopo quería tener a su hijo con ellos, comprendieron que esta era la mejor alternativa y para él es "un placer" poder recibirlo.

"Imagino que habrían hecho con mi hijo igual", explica para añadir que Jacopo "es uno más de la familia" y precisa que en estas circunstancias, al crecer sorpresivamente el número de residentes en casa, "una de las cosas más complicadas es compartir el wifi".

Y es que sus tres hijos y los tres amigos acogidos han tenido que seguir clases en directo, mientras su esposa -profesora de Inglés- las imparte telemáticamente a sus alumnos y él se conecta para teletrabajar, por lo que a veces hacen turnos, dado que precisa ancho de banda para seguir alguna videoconferencia importante con el jefe.

Su hijo Pablo, de 19 años, volvió del pequeño pueblo italiano de Duino -a hora y media de Venecia-, donde cursaba el Bachillerato Internacional. Pero llegó con amplia compañía, entre sus compañeros el costarricense Erick, que quiere estudiar dirección de cine. El tercer visitante ha sido Fabián, de 16 años y también de Costa Rica, que finalmente ha logrado volar a su país de origen.

El sótano, convertido en residencia escolar

Han aprovechado el sótano -con un sofá cama y una habitación de invitados- para instalar a los que se han incorporado a la unidad familiar y ahora parece una residencia escolar; pero para funcionar se requieren normas, se organizan para recoger la mesa tras la comida y cuando toca limpieza general se reparten zonas.

La ahora madre de todos, Mey Félix, "muy buena en la cocina", se afana en preparar el almuerzo con el marido de pinche, mientras que la cena es tarea de los chicos en una convivencia que les ha permitido innovar en el menú e internacionalizarlo al degustar recetas italianas y de Costa Rica.

En el colegio de Italia se mezclaban 95 nacionalidades y en horas organizaron vuelos de vuelta para más de un centenar de alumnos -algunos de la otra punta del mundo- y ahora, cuando hay que acostumbrarse a la reclusión, en esta casa de Vélez-Málaga ciudadanos de tres países están unidos bajo un mismo techo.

Cuatro familias hermanadas

Rafael destaca a Efe lo positivo de la experiencia de hermanamiento que han vivido estas cuatro familias a multitud de kilómetros y con "los mismos miedos" y reflexiona que cuando se pensaba en el trabajo, la hipoteca o el coche, en un momento complicado "todo se reduce a cosas sencillas: ayudar".

El centro que les unió forma parte del programa "Colegios del Mundo Unidos", que presidió Mandela y se creó tras la Segunda Guerra Mundial para favorecer entre jóvenes lazos y una vacuna contra la guerra. Sus alumnos además de clase deben desarrollar un proyecto social solidario.

Algunos bien que han puesto ya en práctica esa misión en este confinamiento con más personas de las habituales en esa casa. Comparten lo que tienen y funcionan.