En las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado, cuando podía disfrutar los fines de semana -los sábados se trabajaba como un día laborable más y en los medios de comunicación incluso los domingos- me lanzaba a la carretera en el Seat 850 con la familia para visitar los pueblos de la provincia e, invariablemente, comprar en cada lugar visitado los productos típicos de la zona.

Comprábamos mi mujer y yo peros y yemas del Tajo en Ronda, dulces en Torre del Mar, naranjas en Coín, magdalenas y melocotones en Periana, aceite en Mondrón, espárragos trigueros en los puestos que se establecían en los arcenes de las carreteras, melones en la carretera de Las Pedrizas, mantecados, polvorones y mantecadas en Antequera, almendrados en Ardales, un bizcocho en la tienda de Justa en Casabermeja... y aceitunas de la variedad aloreña en la cooperativa de Alozaina, cuando todavía la variedad no gozaba de la Denominación de Origen, una pretensión que se remontaba a los años cincuenta y tantos del siglo pasado cuando los olivareros de la variedad luchaban en los sindicatos para que se les reconociera como tal, 'aceituna aloreña', que es la que se produce en los términos municipales de Álora, Pizarra, Casarabonela, Guaro, Coín, Yunquera y Alozaina, o sea, en la Vega del Guadalhorce.

Como por aquellos años yo colaboraba en el periódico 'Acción', que editaba la Organización Sindical, viví de cerca las interminables gestiones que llevaban a cabo los olivareros de la zona en defensa de la variedad aloreña, típica de la zona.

Las pretensiones de ser reconocida la variedad aloreña chocaban con la consolidada manzanilla, aceituna de mesa que acaparaba el mercado. Otras variedades, como la picual y la arbelina se consumían en las zonas de producción y raramente salían de las comarcas en las que se recolectaban. Se las denominaban simplemente aceitunas.

Muchos años después, los olivareros de la aceituna partida o machacada de la Vega del Guadalhorce, que hicieron gala de la utilización del verbo machacar -no cejaron en la lucha por el reconocimiento de su aceituna- consiguieron nada más y nada menos que obtener para su producto la Denominación de Origen Protegida como aceituna de mesa Aloreña. Creo que fue hace diez o doce años cuando culminaron los trabajos. Fue la primera aceituna de mesa de España con denominación de origen.

La cosecha de 2019

Hoy, la aceituna aloreña está implantada y se vende a granel o envasada en toda Málaga y supongo que fuera de nuestras fronteras.

En muchos establecimientos de la ciudad y pueblos de nuestra provincia o se venden o se sirven como tapa en bares y restaurantes. Ya no necesita una publicidad especial. Está, por supuesto, dentro del rol 'Sabor a Málaga', uno de los mayores aciertos de la Diputación Provincial en la etapa de Elías Bendodo, que se apuntó otro éxito con la recuperación del Caminito del Rey que yo recorrí cuando era conocido como Balconcillos de El Chorro en la década de los 30 o 40 del siglo pasado.

¿Por qué dedico hoy el capitulo de las Memorias de Málaga a la aceituna aloreña, partida, con hueso y un aliño compuesto por ajo, tomillo, pimiento rojo y no recuerdo qué ingrediente más?

Hay dos razones, o mejor tres: la primera, defender un producto malagueño que beneficia a una amplia comarca que vive y cuida de uno de sus medios de vida.

En segundo lugar porque el pasado mes de septiembre leí en estas mismas páginas de L.O. una información firmada por Fran Extremera en la que daba cuenta de la cosecha correspondiente al año 2019. Dos datos importantes: la campaña generará unos ocho millones de euros, más de cuatro mil familias dependen del sector y en principio se presumía una cosecha de tres millones de quilos inferior a la del año presente por problemas meteorológicos -granizada- y los efectos negativos de la plaga de la polilla del olivo que afectó al veinte por ciento de la cosecha.

Y una venta inesperada

Y el tercer motivo es una curiosa historia de una importante venta que se produjo en la década de los 60 ó 70 del siglo pasado.

El presidente de la Cooperativa Purísima-Santiago, cuyas siglas son Copusan, creo que se apellidaba Gutiérrez. Copusan fue la unión de las dos cooperativas aceituneras que se fundaron en Alozaina; la primera era la denominada Purísima, y la segunda, Santiago. Llegaron a un acuerdo de fusión porque las dos tenían el mismo fin: defender el precio del producto y aunar en una sola entidad a todos los olivareros de la zona.

En uno de mis desplazamientos a Alozaina para comprar la aceituna ya aliñada para el consumo -casi siempre en un envase de no recuerdo qué capacidad- entrevisté a su presidente para emitirla en uno de los programas informativos de Radio Nacional de España en Málaga. Como yo en aquellas fechas era corresponsal en Málaga del diario 'La Vanguardia' de Barcelona, escribí una crónica sobre la aceituna aloreña, de su calidad, de lo que representaba para una comarca malagueña y algunos datos sobre el aliño, la diferencia con otras variedades y algo más. Días después comprobé su publicación en las páginas de información nacional del citado diario. Una crónica de un folio, unas treinta líneas.

Varias semanas después volví a Alozaina para comprar una nueva partida. Cual no sería mi sorpresa cuando Gutiérrez me informó de que se había vendido todo lo que quedaba de la cosecha. Concretamente adquirió todas las existencias una empresa que radicaba en Barcelona.

Me contó que varios días después de mi última visita se presentó en la cooperativa un señor perteneciente a una empresa dedicada a la distribución de productos alimenticios que había recibido el encargo de la gerencia de trasladarse a Alozaina (Málaga), que probara la aceituna que se elaboraba y si era de la calidad que contaba una crónica publicada en 'La Vanguardia' comprara la cantidad que estimara oportuno. El viajante probó el producto, le dio el visto bueno y adquirió lo que quedaba de la cosecha del año.

Total, que una crónica de las muchas que cualquier periodista redacta a diario, tuvo una final inesperado: el gerente de la empresa distribuidora de productos alimenticios leyó mi crónica, encargó a uno de sus viajantes que se encontraba por el sur de España que probara el producto y si era de la calidad asegurada en la crónica comprara la cantidad que estimara oportuno para ser vendida en los establecimientos barceloneses.

Si grande fue la sorpresa del presidente de Copusan por la inesperada visita y venta de no sé cuantos quilos de aceitunas, no menos fue la mía al conocer las consecuencias de una crónica periodística.

¡Ah! Hoy, en 2020, sigo comprando y consumiendo aceitunas aloreñas aunque sin ir a comprarlas a Alozaina porque ya no tengo el Seat 850 ni edad para ponerme al volante. Las adquiero en el Mercado de Atarazanas.