El 18 de marzo de 1877 -ya se han cumplido 143 años- llegó a Málaga a bordo de la fragata 'Victoria' S.M. el Rey don Alfonso XII. Desde la fragata hasta la escalerilla del puerto, donde hoy está el Palmeral de las Sorpresas, el Rey se desplazó en una embarcación del Real Club Mediterráneo, que se había fundado cuatro años antes, en 1873. Existe un testimonio fotográfico del acto, e incluso se conocen los nombres de los remeros que tuvieron ese honor. Alfonso XII permaneció en Málaga el 18 y dos días más.

Dejando a un lado los actos celebrados en nuestra ciudad con asistencia del monarca -inauguración de la Exposición Artística, Industrial y Agrícola, visita al Hospital Civil, asistencia a una corrida de toros, visitas a las fábricas La Industria Malagueña y La Concepción, inauguración de las obras del Asilo de San Bartolomé...-, Alfonso XII firmó una serie de disposiciones. El lugar elegido fue el Ayuntamiento de Málaga, y la firma, sobre la mesa del alcalde-presidente, don José Alarcón Luján.

El 18 de octubre del mismo año 1877, o sea siete meses después, en sesión de la corporación municipal, por unanimidad, se acordó la colocación de una placa en la mesa del despacho del alcalde en la que Alfonso XII firmó diversos documentos.

Y se acordó posteriormente obsequiar al alcalde con la histórica mesa. La dedicatoria reza así: «El Rey de España Alfonso XII hizo uso de esta mesa y firmó sobre ella varias disposiciones durante su estancia en Málaga el 18 de marzo de 1877, siendo alcalde de dicha ciudad el Excmo. Don José Alarcón Luján, a quien el Excmo. Ayuntamiento en sesión del 18 de octubre por unanimidad, como testimonio y aprecio dedica... etc».

Alarcón Luján, que tiene una calle en Málaga, era natural de Cártama y fue dos veces alcalde de la ciudad, primero en 1876 y después en 1891. Durante su etapa se construyó la Gota de Leche, fue diputado, académico de San Telmo... En suma, un destacado personaje de la vida malacitana.

¿Por qué recordar este acto 143 años después? La justificación es muy es muy sencilla: la mesa, con su dedicatoria, existe, y se conserva tal y como se le regaló al alcalde Alarcón Luján. Está en posesión, por razones familiares, de un abogado malagueño en ejercicio. Y tiene otra curiosa historia.

La mesa, al fallecer el alcalde Alarcón Luján en 1902 a la edad de 81 años, quedó en manos de la familia Alarcón hasta que llegó finalmente a uno de sus descendientes, don Salvador Blasco Alarcón, que fuera delegado provincial del Instituto Nacional de Estadística en Málaga. Blasco no tuvo hijos, pero apadrinó a dos sobrinas de su mujer, doña Josefa Gámez Osorio. Las dos sobrinas se casaron y, curiosamente, cada una tuvo cuatro hijos varones. Dos primos -S.M.G. y G.J.G- casi de la misma edad, decidieron estudiar la carrera de Derecho.

Para incentivarlos, el señor Blasco Alarcón prometió que al primero que terminara la carrera de Derecho le regalaría la mesa.

Como en Málaga todavía no había Universidad -se fundó varios años después- los dos primos se matricularon en la Facultad de Derecho de Granada, el primero iniciando los estudios en el IDES y el segundo directamente en Granada. Pasaron los años y uno -G.J.G.- terminó y se licenció en Derecho antes que el otro. Se cumplió la promesa y la histórica mesa pasó a manos del que ganó, digamos, la apuesta. La mesa está desde que terminó sus estudios en poder de G.J.G.

Conozco la curiosa historia de primera mano porque las iniciales del poseedor de la mesa corresponden a Guillermo Jiménez Gámez, hijo del autor de estas líneas. Es abogado en ejercicio y forma parte de la Junta de Gobierno del Ilustre Colegio de Abogados de Málaga.

Como ilustración he elegido dos fotografías, una, la de la embarcación del Real Club Mediterráneo con el Rey Alfonso XII y los remeros alzando los remos en señal de respeto (fotografía publicada en el libro que editó en 1998 el club con motivo del 125 aniversario de su fundación) y la segunda, muy reciente, de la placa que el Ayuntamiento de Málaga de la época colocó en la mesa con la dedicatoria correspondiente.

Regalos

Dejando atrás, muy atrás, la historia del regalo de la mesa al alcalde Alarcón Luján, modernamente se considera normal y casi obligatorio obsequiar a la primera autoridad municipal en Navidad con algún presente, sin pasarse, por ejemplo, una pluma estilográfica o un bolígrafo; en el caso de que la primera autoridad sea una mujer, una joya no muy costosa.

A un alcalde de Málaga, recuerdo, se le obsequió una Navidad con una aparatosa cesta, de esas en las que alternan jamones, botellas de champán o cava, turrones, güisqui, mantecados, frutas escarchadas, caviar, licores, melocotones en almíbar... El obsequiante era un constructor.

La cesta, en lugar de enviársela a su domicilio, se la hizo llegar a la propia casa consistorial para que todos los munícipes y funcionarios quedaran enterados de su esplendidez. Lo que no sospechó el generoso constructor es que el alcalde envió la suntuosa cesta a un centro benéfico, no sé si a la Hermanitas de los Pobres, al Asilo de los Ángeles u otro similar.