Se han puesto de moda las llamadas marcas blancas. El invento consiste en lanzar al mercado productos especialmente de consumo doméstico (frigoríficos, lavavajillas, microondas...) iguales o parecidos a los implantados por su calidad, nombre, publicidad…

Las marcas blancas, casi por lo general, son iguales a las conocidas, pero se venden a un precio más reducido porque no tienen el sobrecoste de la publicidad. Estas marcas espurias tienen ligeras variantes a las respaldadas por su fama y calidad. Teóricamente son iguales pero con alguna trampilla, como, por ejemplo, sustituir en la fabricación algunos elementos por otros de menor calidad, vamos, que se averían antes y, por lo tanto, tienen una vida más corta. Algunos compradores dicen que se escacharran antes.

Cuando se trata de un producto alimenticio sucede otro tanto de lo mismo: entre el original con su marca en relieve incluso y la marca blanca sin nombre, por ejemplo, tratándose de un turrón, en lugar de tener una equis cantidad de almendras se reduce la proporción sustituyéndola por otro fruto seco de menor precio. ¿Un engaño? Psch.

No estoy seguro, y los responsables del sistema de los medicamentos que mejoran nuestra salud o curan nuestras enfermedades aseguran que los llamados genéricos son iguales; pero un médico amigo duda de que sean los genéricos iguales a los auténticos.

Quizá la diferencia esté en los excipientes, ese galimatías de desconocidos productos o elementos que dan consistencia, sabor, forma… a las píldoras, pastillas y jarabes. Total, una marca blanca atrincherada en la mágica palabra ‘genérico’.

Los marquistas

Pero los tiros del capítulo de hoy no van ni con las marcas blancas de la industria, la alimentación, la medicina, los tejidos… Van por una curiosa historia que acaeció en Málaga hace un siglo... y que, según parece, se repite en todo menos en el detalle que pone de relieve el ingenio de unos malagueños en un caso relacionado los marquistas.

Primero, la definición de marquista; después, su práctica. La definición es clara y no necesita aclaración: Marquista: Propietario de una marca de un vino que comercia con él sin tener bodega.

Esta práctica, que creo sigue vigente, es, como revela la definición académica, la posibilidad de tener registrada un marca de un vino o licor, o ambas bebidas, y que por razones que no vienen al caso, se deshace de la bodega donde elabora sus bebidas, y como tiene asegurada una clientela por tradición, por una buena mercadotecnia, por la calidad del producto, seriedad, precio... sigue ‘elaborando’ unas bebidas que elabora un tercero, otra bodega que está funcionado y que le embotella los vinos y licores que le contrata el cliente.

La operación es sencilla: el único trámite o modificación pactada es que el embotellado es igual, salvo un último detalle: la etiqueta. El marquista le facilita las etiquetas de su marca, embala las cajas con el nombre del ex bodeguero y aquí termina la operación. El marquista atiende a sus clientes habituales, el consumidor no advierte el posible cambio que se ha producido en las bebidas porque todos los vinos son iguales en teoría, con excepción, claro, de las reservas, grandes reservas, cosecha. añada...

En el caso de Málaga, sin entrar en matizaciones de que un moscatel de las bodegas equis es mejor que los de otra, el marquista y el bodeguero hacen su negocio que, creo, es totalmente legal. Pero en este campo ni entro ni salgo.

Lo que suceda en otras zonas no lo sé ni tiene nada que ver con la historia que cuento. Supongo que se darán casos, sobre todo en los aguardientes, una bebida muy relacionada con la torería. No hace muchos años, cuando un torero destacaba, en el mercado aparecía un anís con su nombre. Cuando el torero se retiraba o surgía una nueva figura, ese mismo anís cambiaba de etiqueta.

No tengo a mano la lista de toreros que han dado nombre a la bebida en cuestión; seguramente no habrá en el mercado ni una botella de anís Manolete. Los que superviven son el Machaco y el Machaquito.

Y vamos con la historia

Lo que cuento no es un cuento; es una historia real que sucedió hace un siglo, un año antes o tres años después.

Un señor de Málaga propietario de una bodega, cuando en Málaga capital había muchas bodegas -comienzo el relato-, nuestros vinos se vendían en todo el mundo, en la Rusia de los zares el vino de Málaga no pagaba arancel alguno, cuando barcos de todas las banderas cargaban toneles de vinos malagueños que llegaban a medio mundo, gran parte de las bodegas eran propiedad de alemanes, ingleses, suecos... y la economía de la zona giraba en torno a los vinos y frutos secos (pasas, higos, almendras, pan de higo...), ese señor de Málaga, por las razones que fueran y que desconozco, cerró su bodega, pero mantuvo el negocio porque tenía una clientela fija, fiel y sobre todo compradora.

La base de su industria vitivinícola era un distribuidor de vinos que operaba en Estados Unidos. Compraba grandes partidas de vino de la Denominación de Origen Málaga... que todavía era un proyecto. Ahora pomposamente nuestro vinos están respaldados por el Consejo Regulador de las Denominaciones de Origen Málaga, Sierras de Málaga y Pasas de Málaga.

El negocio del bodeguero marchaba... pero ya solo con el distribuidor norteamericano.

Lo malo fue cuando el marquista recibió una carta en la que el distribuidor y ya único cliente le anunciaba su próximo viaje a Europa y, por supuesto, una visita a Málaga ¡y a su bodega!

El marquista se enfrentaba a una inesperada visita. A su cliente no podía mostrarle su bodega... porque ya no queda nada de ella. Desde que se convirtió en marquista, su bodega o pasó a otras manos o se desmanteló.

Tuvo una idea que le transmitió al propietario de la bodega que le suministraba el vino en botellas con etiquetas del marquista.

El acuerdo fue tan sencillo como sorprendente: el día que el visitante llegó a Málaga, el cartel de las bodegas fue desmontado y en lugar se puso uno con el nombre de la que ya no existía.

El visitante vio cumplida su curiosidad por conocer la bodega de los vinos que distribuía en Nueva York o en la ciudad que fuera, y se fue tan contento. El engaño no lo descubrió... y un siglo después ni vive el marquista, ni se supone el norteamericano... ni siquiera la bodega que elaboraba los exquisitos vinos de Málaga.