Dos años antes del nacimiento de la Universidad de Málaga, en un histórico edificio en la Alameda Principal, 21, hoy sede del Archivo Municipal, se ofrecía a los malagueños un caudal de estudios universitarios, lo que les ahorraba los gastos de marcharse a estudiar a Granada.

El 16 de octubre de 1970 comenzó su andadura el Colegio Universitario de Málaga, dependiente de la Universidad de Granada. Para la ciudad, que ya contaba desde pocos años antes con una Facultad de Ciencias Económicas, también dependiente de Granada, fue un paso trascendental.

Esta semana se ha reunido un grupo de antiguos profesores y alumnos para hablar de esta extensión de la universidad granadina que estuvo en funcionamiento cuatro cursos, hasta 1974, con motivo del medio siglo de su inauguración.

En su nacimiento, recuerda Ricardo Redoli, exalumno y catedrático de Filología Francesa de la UMA, tuvo un papel «muy importante la gestión de la Diputación Provincial y de la Asociación de Amigos de la Universidad», en la que ya se encontraba Francisco de la Torre, que además presidiría la Diputación a partir del 71.

Gestionado por un patronato que era el que pagaba al profesorado, el colegio tuvo como primer director al catedrático Fidel Jorge López Aparicio. El centro ofrecía varios cursos de Ciencias, Letras, Farmacia, Medicina, Pedagogía y Biológicas.

Para los estudiantes, uno de los acicates fue que «se trató del primer año a nivel nacional en que los maestros no tenían que pasar un examen específico para entrar en estudios universitarios, lo que hizo que las matrículas se dispararan y se superaran las 700 alumnos, con dos grupos de mañana y dos de tarde», cuenta Ricardo Redoli, que había estudiado Magisterio y entró en Filosofía y Letras.

La avalancha de alumnos, que además eran de todas las edades, fue un reto para los profesores, muchos de ellos muy jóvenes. «Era una situación difícil, había alumnos casi de la edad de nuestros padres o hermanos mayores; las clases estaban a tope, con los alumnos sentados en las tarimas, y tú sin experiencia, porque acababas de terminar hacía dos o tres años», cuenta Encarnación Serrano, profesora del colegio y más tarde profesora titular de Historia en la UMA.

Uno esos alumnos veteranos, entonces con 47 años y hoy a punto de cumplir los 97 fue el ingeniero de Caminos Juan Brotons, que atiende a La Opinión por teléfono. «Cuando se fundó el colegio entré en Filosofía y Letras porque pensé que era una ocasión estupenda para ampliar los conocimientos», cuenta. Miembro de la Asociación de Amigos de la Universidad, recuerda que se le hizo cuesta arriba la asignatura de Árabe y destaca el compañerismo que se respiraba.

Compañerismo, pero también precariedad, sobre todo en los comienzos, como destaca María Isabel Calero, que impartía precisamente Árabe y luego fue profesora titular de Filología Árabe en la UMA: «Yo vine con el Asín Palacios (manual de un famoso arabista español) y el diccionario, pensando que habría una biblioteca y no había nada. Tuvimos que ponernos a buscar bibliografía... entonces se podía fotocopiar todo y teníamos muchos libros fotocopiados y encuadernados por nosotros».

La misma impresión tuvo la catedrática de Historia del Arte de la UMA Rosario Camacho, que ya por entonces enseñaba Historia del Arte: «Había estado trabajando en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Granada con mi maestro José Manuel Pita, que nos ayudó mucho mandándonos fotocopias de libros, diapositivas... es que necesitábamos mucho material», resalta.

Por eso, como destaca Francisco Alijo, antiguo profesor del Colegio Universitario y más tarde profesor titular de Historia de la UMA, uno de los personajes más importantes del centro «era Pepe Mesa, el jefe de la fotocopiadora, un hombre entrañable, padre de Antonio Mesa Toré, al que le ayudaba su hija Rosa, que entonces tendría como 14 0 15 años».

Otro capítulo fue el mejorable estado de revista del edificio. Ricardo Redoli recuerda con una sonrisa que «la primera planta se cimbreaba», e incluso se llegó a caer un trozo de techo en el bar.

Pese a las penurias iniciales, Blanca Gómez, que entró como alumna y luego sería profesora de Filología Francesa en la UMA, confiesa que tiene que echar «un piropo» a sus antiguos profesores: «Dejé Málaga para hacer la especialidad en Madrid, allí éramos 37 en la promoción y sin embargo en Málaga, que éramos ciento y pico, los profesores se ocuparon muchísimo más de nosotros».

Del mencionado compañerismo Blanca Gómez recuerda salidas en pandilla a la que se sumaban los profesores, así como excursiones para visitar yacimientos arqueológicos.

«Se casó Secundino, el de Latín y le regalamos en clase un ánfora muy bonita. La cogió y creo que se fue al despacho a llorar», señala Ricardo Redoli.

En el caso de la profesora María Isabel Calero, cuando volvió a las clases tras dar a luz, se encontró «con un peluche en lo alto de la mesa y un ramo de flores».

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Mirando atrás | Medio siglo del sueño de una universidad

Sin permiso de maternidad

Y justo de la situación de las profesoras habla su hermana, Inés Calero, que por entonces impartía Griego y luego sería catedrática de Filología Griega en la UMA. «No saben lo que hemos pasado todas porque no nos daban el permiso de maternidad y no podías dejar de ir a clase porque perdías el salto. Recuerdo que di a luz en agosto y me tuve que incorporar, además con un niño de dos años, pero es que al año siguiente di a luz el 19 de septiembre y me incorporé el 6 de octubre».

Y claro, en los primeros años 70 el colegio no se libró de los vientos de agitación política.«Me acuerdo de una manifestación que hicimos y como éramos tan pardillos, tuvimos la feliz ocurrencia de hacerla silenciosa. En calle Nueva la policía nos acorraló», cuenta Blanca Gómez, al tiempo que Ricardo Redoli explica que al final, «el recorrido se pactó con los grises» y concluyó en la antigua sede de la Diputación, donde una representación de alumnos fue recibida por el presidente Francisco de la Torre, destaca.

Aunque en 1972 nació la Universidad de Málaga, el Colegio Universitario continúo dos años más. Una situación de simultaneidad que hizo que el último curso los profesores tuvieran dificultad para cobrar, cuenta el exalumno Ricardo Redoli. «Estábamos más abandonados que un colilla en el Parque», resalta.

En esos años los profesores también reclamaron sus derechos y fueron a juicio, que perdieron por un defecto de forma. «Pedíamos que nos dieran por primera vez en España un contrato laboral a los profesores», recuerda Maria Isabel Calero.

El 30 de septiembre de 1974 fue el último del Colegio Universitario de Málaga, que terminó formando a miles de estudiantes, entre ellos a futuros profesores de la Universidad de Málaga.

En 1995, antiguos alumnos y profesores celebraron el 25 aniversario. El medio siglo llega en mitad de la pandemia, pero algunos de ellos han querido homenajear, con este reportaje, a la institución universitaria que les cambió la vida para siempre.