Nuestros políticos se han quitado los complejos de encima a la hora de reivindicar que un buen número de elementos de Málaga sean declarados Patrimonio de la Humanidad. Desde los verdiales a los espetos, pasando por el Caminito del Rey o el Centro Histórico de Málaga, ¿quién duda de que estas candidaturas no merecen, cuando menos, la atención de la Unesco?

Si acaso, podríamos dudar con el Centro Histórico, porque quien lanza la idea -nuestro actual equipo de gobierno- es a la vez el que apoya desnortados proyectos urbanísticos por los que esa candidatura acaba agredida visualmente por la irrupción de un hotel que homenajea a Benidorm (el rascacielos del puerto), transformada en bonitos escombros (el inmueble de los Heredia Loring en Hoyo de Esparteros) o quién sabe si sepultada bajo un proyecto de auditorio subterráneo y gastrobares (el solar del cine Astoria).

En todo caso, si todas las provincias españolas siguen el ejemplo malaguita, la Unesco deberá pedir refuerzo de personal hasta finales de este siglo.

Sin embargo, en esta reivindicación del patrimonio autóctono, que nuestro cargos públicos suelen describir empleando la inenarrable expresión francesa «poner en valor», hay un elemento que han pasado por alto, pese a la potencialidad de la candidatura.

Se trata del solar que desde hace milenios se tuesta al sol en el barrio de El Cónsul, y que en la actualidad está enmarcado por las calles Eolo, Navarro Ledesma, Carmen Laforet y la avenida de José de Rivera.

Tan magna parcela, presidida por una suave y elegante loma que desciende a los pies de quienes aparcan en sus estribaciones, podría encajar en una categoría nueva, la de Solar Inmaterial de la Humanidad.

´Inmaterial´, porque pese a sus jugosas proporciones, el solar permanece sin hollar por el ladrillo desde el Neolítico y más allá, de ahí que, para nuestros urbanistas, parezca hecho del mismo material que los sueños, pues pasan los años y las legislaturas y nadie le echa cuenta.

A lo más que se ha atrevido el Consistorio es a cercar hace pocos años una esquina con un parque canino. El resto sigue impoluto, como en tiempos de los primeros agricultores hace la friolera de nueve mil años. La declaración de la parcela de El Cónsul como Solar Inmaterial de la Humanidad atraería un número respetable de visitantes de medio mundo, ansiosos por pisar un suelo virgen en el corazón de una de las urbes de Europa con más apego al bulldozer y a la grúa. De paso, la medida revitalizaría el barrio y por otra parte, a la combativa asociación de vecinos le quitaría la espina que tiene clavada desde hace cerca de veinte años, el tiempo que lleva reivindicando que se haga realidad el equipamiento planeado en toda la parcela, y para la que ha planteado innumerables propuestas. Por todo lo dicho, sólo hay que preparar bien tan fundamentada propuesta, y a la Unesco.