María aplaude, está feliz. Va sentada en el autobús que la llevará a su colegio como cada día, pero por primera vez lo hace en el asiento del vehículo y no en el carro especial que necesita para desplazarse. Ha pasado de la ´ruta de los carritos´ a la de los alumnos que tienen más movilidad. Su madre destaca el esfuerzo que supone pero también lo importante que es que se sienta un poquito autónoma. Son sus pequeños avances.

El autobús la lleva hasta el Centro Específico de Educación Especial Santa Rosa de Lima. El único público que existe en Málaga y en el que María, que tiene parálisis cerebral, microcefalia, epilepsia y retraso madurativo, lleva diez años «con una atención individualizada y con todas sus necesidades cubiertas». Así lo expresa la madre de esta alumna con necesidades especiales. Margarita Porras Aranda no puede disimular su angustia ante la posibilidad de que estos centros puedan desaparecer o perder plazas.

La Lomloe, la nueva ley educativa aprobada ya en primer término en el Congreso de los Diputados, ha vuelto a abrir el debate sobre la inclusión y la atención a este colectivo de alumnos, «los grandes olvidados» como apunta Estela. Su hijo tiene 5 años y está diagnosticado como ´autista de bajo funcionamiento´. Es muy alegre y cariñoso pero no habla y no puede estar más de diez minutos sin moverse. Actualmente está integrado en un aula ordinaria pero este año se le realizará otra evaluación psicopedagógica para determinar nuevamente cuáles son sus necesidades. A su madre le gustaría que pasase a un aula específica de educación especial en un centro ordinario y cree que en el futuro necesitará uno específico. Pero no son los padres los que eligen. Un equipo de orientación educativa realiza el llamado dictamen de escolarización.

Integración en un aula ordinaria con medidas específicas por parte del tutor y resto de profesorado; atención dentro de una clase ordinaria con el tutor y profesorado especializado en Pedagogía Terapéutica y Audición y Lenguaje; aula específica de educación especial en un centro ordinario y centro específico de educación especial. Estas son las cuatro modalidades de escolarización actuales para el alumnado con necesidades especiales.

La ley Celaá contempla la integración en un plazo de diez años del máximo número posible de estudiantes con discapacidad en los centros ordinarios y que los de educación especial queden sólo para los casos más graves. Según la propia ministra, estos centros «no se van a cerrar. Serán centros de referencia y de apoyo para el sistema y podrán seguir escolarizando niños».

La idea es que los centros ordinarios cuenten con recursos suficientes para atender a los alumnos con necesidades especiales. Así lo recoge la ley pero sin especificar cómo ni cuánto.

Las familias justifican su temor en que hasta ahora no ha sido así en muchos casos. Le ocurrió en los tres primeros años de escolarización a María, que apenas habla, no anda, no come sola y se expresa mediante gritos pero que estuvo en un aula ordinaria en Infantil con otros 25 niños y atendida apenas una hora al día por especialistas. «Mi hija en esa clase prácticamente no hacía nada. Estaba abandonada», recuerda Margarita.

Una situación que cambió por completo con su paso al Santa Rosa de Lima después de que María, a los 6 años, fuera incluida en el grupo D en el dictamen de escolarización. «Fue un cambio buenísimo. Pensé que desde el primer momento tenía que haber ido allí, con clases para tres o cuatro niños, con profesora, educadora, logopeda, fisioterapeuta, clase multisensorial, además de la trabajadora social y la psicóloga, que te ayudan muchísimo, y monitores en el comedor y el autobús», detalla esta madre malagueña.

Recursos que hacen que María avance poco a poco. «Ya dice agua, su nombre, mamá... Y si la llamas, reacciona».

Margarita no está en contra de la inclusión pero está convencida de que su hija no podría estar en un aula específica y menos en una ordinaria. «Para mí que esté integrada es que esté en un colegio como el de ahora con todas sus necesidades cubiertas», afirma y subraya que sería «un desastre» que los centros específicos desaparecieran.

Igualmente, Estela tampoco rechaza la integración pero cree que la atención individualizada que demandan niños como su hijo, que ahora tiene un ´maestro sombra´ en el aula, no es posible en la mayoría de los centros con los recursos disponibles. «Mi hijo siempre tiene que estar con alguien al lado. Imagínate una maestra en Primaria con 24 niños más aprendiendo a sumar y el mío que no reconoce ni los números», ejemplifica. «Hacen falta más profesionales especializados en los centros ordinarios», añade.

Sobre este aspecto, Margarita recuerda que cuando la monitora del colegio de Infantil de María enfermaba eran los padres quienes tenían que ir a cambiar el pañal de sus hijos, darles la merienda o la medicación.

Estas madres sólo piden los recursos necesarios para que sus hijos estén atendidos según sus necesidades. Sólo así piensan que la inclusión puede ser una realidad.