Desde la atalaya imaginaria que refleja la ventana de esta bodeguilla, se ve en el horizonte la atmósfera extraña que envuelve la cercanía de las fechas navideñas. Casi nada es igual. Ni siquiera en este establecimiento que sirve raciones de palabras sobre su mostrador cada lunes con el que despunta una nueva semana. Aquí lo único que resiste a cualquier cambio es la adicción de sus parroquianos a charlar de política hasta que llega la hora decretada para el cierre. Tras sucesivas jornadas en las que no se les caía de la boca el choque soterrado de placas tectónicas en el PSOE andaluz, ahora les ha dado por Ciudadanos. No paran de hablar sobre la fractura cada vez más visible entre el post-riverismo rupturista que distribuye Madrid y la reciente afición a parecer un verso suelto ´riverista´ que ha desplegado el principal embajador andaluz de la formación liberal. Mientras discrepa con Inés Arrimadas cada vez más, Juan Marín prepara su particular reino de taifas por lo que pueda pasar. A él y a sus seguidores les seduce el camino hacia la órbita del PP ya emprendido por el ´asturiano no adscrito´ Juan Cassá.

De repente, sobre el tapete hay cierta intención de plantear un juego naranja de los siete errores. Y, esta vez, las conductas dispares que se aprecian entre quienes siguen las directrices de la presidenta nacional y los díscolos ´marinistas´ ya no pueden ser solo atribuidas a la genética camaleónica y a la vocación de bisagra multiusos que se intenta recobrar en el seno de Ciudadanos.

Inmersa en el dilema de renovarse o morir que deslizó el descalabro electoral del 10-N, Arrimadas había encontrado en cierta vuelta a la esencia y en los guiños al PSOE las señales a las que encomendar una resurrección del partido que, a sus ojos, solo pasa por mirar hacia adelante. En cambio, otros miran hacia atrás y tienen demasiado presente el legado de un cada vez más intermitente y acechante Albert Rivera. Quizás por eso ha escocido tanto el desayuno informativo en un hotel malagueño que escenificaron Marín y el fundador de Cs, con la bendición del PP andaluz, el mismo 2 de diciembre en el que se celebraba el segundo aniversario del Gobierno del cambio. Puede que esa velada, en la que el vicepresidente de la Junta criticó la negociación de los presupuestos nacionales e insistió en su sintonía con los populares, haya marcado un antes y un después. Sin ir más lejos, Inés Arrimadas desacreditó en cuestión de horas la puerta que Marín le abrió, sobre la tarima que compartía con Rivera, a una alianza electoral en Andalucía en los comicios de 2022. Después de aquello, Marín ha seguido insistiendo en que no se puede descartar ninguna opción y, además, ha dejado ver que hasta que no llegue el momento no se sabrá si él será el candidato naranja. Esta última pasaría por ser una reacción lógica y prudente en otra coyuntura pero, a día de hoy, suena a otra cosa. Ilustra las distintas formas de responder a los cantos de sirena del PP para fundirse a distintos niveles con Cs que emplean uno y otro. Arrimadas, por un lado, acusa a los populares de anhelar la desaparición de su partido; y Marín, por otro, no le hace ascos al envite.

En este punto se encuentra el primero de los siete errores. Otro de ellos vendría con la relación con Vox a la que ha mutado Marín, en sintonía con las necesidades del Gobierno del cambio. El mismo día en el que junto a Rivera valoraba en positivo el papel de los verdes, un afín de Arrimadas como el malagueño Guillermo Díaz seguía la cruzada anti-Vox y les afeaba en el hemiciclo su relación con la ultraderecha implicada en la orgía de Bruselas.