Memorias de Málaga

De las ruinas más eminentes

Un inmueble de la calle Molina Lario, tiempo ha, lució un cartel durante uno o dos años en el que se alertaba de su mal estado con estas palabras: «Ruina eminente». Carteles y calles no siempre se han llevado bien en Málaga.

En rojo, fallos en la transcripción del poema de Aleixandre en Pintor Nogales, en la primera versión de 2020.

En rojo, fallos en la transcripción del poema de Aleixandre en Pintor Nogales, en la primera versión de 2020. / Alfonso Vázquez

Guillermo Jiménez Smerdou

Los errores localizados en la trascripción del texto ‘Málaga, ciudad del Paraíso’, obra maestra de Vicente Aleixandre, en el mural que nuestro Ayuntamiento acordó e inició su colocación en la Travesía del Pintor Nogales, ¡menuda pifia!, me trajeron a la memoria otro atentado contra la ortografía de nuestra lengua, también protagonizado por el Ayuntamiento malagueño, pero de una corporación distinta a la actual. Han transcurrido bastantes años de aquello, pero no tantos porque habrá muchos malagueños que se acordarán de aquel yerro.

Un inmueble de la calle Molina Lario (muchos agregan una S al final relacionando al obispo Molina Lario con el marqués de Larios) se encontraba en muy mal estado, hasta el punto de que los técnicos que lo inspeccionaron decidieron declararlo en ruinas. O sea, que había que demolerlo. Y para prevenir a los ciudadanos ante un posible desplome de los balcones o de otros elementos arquitectónicos, se acordó colocar un cartel bien visible advirtiendo del peligro. El cartel se instaló en la fachada del edificio. El letrero con letras bien gordas decía: «Ruina eminente».

El autor de la «pizia» (palabra malagueña que sustituye a error o equivocación) no se sabe quién fue. El arquitecto, supongo, recomendaría que se pusiera «ruina inminente»; quizá el pintor se equivocó o le dio más solemnidad al aviso. El caso es que el cartel se colocó… y estuvo no sé si un año o dos para cachondeo ciudadano.

En rojo, fallos en la transcripción del poema de Aleixandre en Pintor Nogales, en la primera versión de 2020. | A.V.

La calle Molina Lario en 2006, antes de la semipeatonalización. / Guillermo Jiménez Smerdou

Mar

Desde que tengo uso de razón he asistido a renovaciones del rotulado de las calles de Málaga. Más de una corporación decidió mejorar un servicio público que exige buen estado para facilitar su lectura porque un rótulo de letras pequeñas reduce su deber informativo. Los rótulos deben ser fáciles de leer sin necesidad de entornar los ojos para distinguir bien las letras.

Una de las corporaciones recurrió a la cerámica para renovar el rotulado de forma homogénea. Encargó miles de letras de tamaño suficiente para ser leídas sin esfuerzo visual alguno. Todavía hay calles rotuladas con piezas de cerámica fabricadas, creo, que en Coín.

Los encargados de rotular las calles empezaron por el Centro de la ciudad. Subidos en escaleras, el personal especializado, con el material necesario para llevar a cabo la tarea de picar el muro y con la ayuda de yeso, empezó a colocar letra por letra. Los malagueños nos felicitamos al comprobar la mejora: ¡Por fin podremos ver bien los nombres de las calles!

Como siempre hay un listillo dispuesto a corregir los posibles errores de los demás, a la hora de colocar las letras para fijar el nombre de una de las calles más transitadas de ciudad –Puerta del Mar- decidió reducir su enunciado. En la fachada de lo que fue el Hotel Regina, esquina con la Alameda Principal, en lugar de conservar su nombre, la rebautizó como Mar. Ni puerta ni calle. Mar a secas.

Cuando el alcalde de Málaga, que entonces era Cayetano Utrera Ravassa, se enteró del cambio, cogió un tremendo cabreo y ordenó su retirada y la colocación inmediata del nombre original: Puerta del Mar.

El señor Sostoa

En Málaga está enterrado don Tomás de Sostoa Achúcarro, que falleció en nuestra ciudad en 1849. Había nacido en Montevideo y estuvo casado con una malagueña. De su carrera militar en España, que alcanzó el grado de brigadier de mar y tierra, destaca su intervención en la guerra de la Independencia contra los franceses y en las guerras de las colonias. Se le consideró héroe de la Batalla de Tamames, cerca de Salamanca.

El Ayuntamiento de Málaga acordó en su día dar su nombre al primer tramo de la Carretera de Cádiz. Hay una placa de bronce en la que se materializa el acuerdo municipal. El nombre que reza en la misma no ha lugar a la duda: Héroe Sostoa.

Por razones de ignorancia, de comodidad, de error inicial…, Málaga, con su Ayuntamiento a la cabeza, convirtió el apellido del señor Sostoa en batalla, y así, en lugar de localizar la calle como Héroe Sostoa, que es como está rotulado, le dio la vuelta, y ahora, para todos los efectos, es la calle Héroe de Sostoa y en algunos casos, Héroes de Sostoa. Y ya ha quedado para los restos… aunque los malagueños sigamos con la rutina de siempre: Carretera de Cádiz.

Iluminación de la fuente de las Tres Gracias por el Día Mundial contra el Cáncer en 2001.

Iluminación de la fuente de las Tres Gracias por el Día Mundial contra el Cáncer en 2001. / CARLOS CRIADO

La fuente del Parque

Ningún malagueño de los de antes de la guerra, de la guerra y de la posguerra, utiliza el nombre dado hace unos años al lugar que todos conocemos por la Fuente del Parque. Ahora se llama plaza del General Torrijos, en memoria del militar fusilado en las playas de Huelin en 1831.

Solo en los nuevos callejeros y documentos oficiales figura el nombre de Torrijos. El pueblo, y pueblo somos todos, la seguimos conociendo como la Fuente del Parque o de las Tres Gracias… y la fuente que estuvo en la plaza de la Constitución y ahora está en la plaza Manuel Alcántara, recibió en su día un mote o apodo que respondía a la falta de calidad de la misma: La Fuente de las Tres Desgracias.

Nombres sin apellidos

En los libros de Francisco Bejarano, que fuera archivero municipal, una figura un tanto olvidada y a la que Málaga debe la recuperación de muchos documentos de nuestra historia, y en los más recientes de Domingo Mérida, se recogen numerosas calles dedicadas a personas que merecieron ser distinguidas con su nombre. Por razones que no conozco, hay varios casos que llaman la atención porque solo aparecen los nombres sin los apellidos que las identifiquen. Sin recurrir al callejero, me vienen a la memoria las calles Don Cristián, Rafaela, Doña Enriqueta, Natalia, Don Ricardo, Don Rodrigo, el paseo Guillermo, Pepote

Supongo que Pepote debió ser algún jabegote, un hombre de la mar, vecino de El Palo. Por cierto que hace unos años, el presidente de la Comunidad Autónoma Andaluza, don José Rodríguez de la Borbolla, que familiarmente lo conocían por Pepote, en una visita a Málaga, durante un paseo por la barriada, intencionadamente le acercaron a la calle Pepote. Consciente de la broma exclamó (me contaron): ¡Hombre, ya tengo una calle en Málaga!

Esta misma exclamación puede salir de las Natalias, Enriquetas, Rafaelas… al descubrir su nombre de pila rotulando una calle. Yo llevo años presumiendo de tener un paseo con mi nombre…, claro que nadie se lo cree.

El caso de Don Rodrigo creo que merece una aclaración; supongo que el Don Rodrigo de la calle es el famoso rey visigodo, personaje que estudiamos cuando la asignatura Geografía e Historia formaba parte del bachillerato de los años cuarenta del siglo pasado. Sin embargo, a Don Pelayo, primer monarca del Reino de Asturias, le han quitado el Don porque su calle de Málaga es Pelayo a secas o corresponde a un ignorado señor que pasaba por allí y le dijo al rotulador que le quitara el Don.

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