Memorias de Málaga

Los trenes de hace unos años: así eran los viajes mucho antes del AVE y de Talgo

El viaje a Madrid en el ‘expreso’ tardaba unas doce horas y solía llegar con retraso, pues a lo largo de las paradas, por los cruces, la vejez del material y otros imponderables el horario no se cumplía

Talleres de los Ferrocarriles Andaluces en 1940.

Talleres de los Ferrocarriles Andaluces en 1940. / Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

La primera vez que fui a Madrid lo hice en tren, un viaje que duraba diez o doce horas. El expreso salía de la estación de Málaga -que no tiene nada que ver con la actual, aunque ocupaba el mismo lugar- puntualmente a las 20 horas. Llegaba a la estación de Atocha de Madrid, aunque tampoco es la misma de hoy pero en el mismo lugar, sobre las 8 horas del día siguiente; lo de la hora de llegada no era puntual porque lo habitual era arribar con retraso ya que a lo largo de las paradas, los cruces, la vejez del material y otros imponderables, el horario no se cumplía ni en el pomposo expreso ni en el denominado «rápido», que hacía el mismo trayecto pero de día.

Los niños de aquellos años, cuando nos preguntaban qué queríamos ser de mayores, respondíamos casi siempre con dos profesiones antagónicas: maquinista y bombero.

A los niños de mi época nos atraían estas dos profesiones, aunque no sabría explicar por qué. Lo que piensan los niños malagueños de hoy sobre sus preferencias a la hora de elegir profesión u oficio no lo sé; si sé, porque me lo ha contado un súbdito norteamericano, lo que los niños de su país sueñan ser cuando lleguen a la mayoría de edad: ¡políticos!

Yo creo que no soñé con ser bombero o maquinista de tren; pero sí me interesé por saber cómo era una locomotora que tenía la fuerza suficiente para arrastrar siete u ocho vagones repletos de viajeros y mercancías.

Aquél día que iba a ir a Madrid por primera vez y subirme a un tren de verdad (el tren de vía estrecha a Vélez parecía de juguete) tuve la ocasión de acercarme a la locomotora antes de la partida.

Me llamó la atención el tamaño de aquel artefacto que echaba humo por todas partes y ver unos hombres con las caras ennegrecidas que echaban paletadas de carbón a la máquina. En el ténder se almacenaba el combustible que permitía que la locomotora se pusiera en marcha. Las caras tiznadas del personal no me atrajeron mucho, la verdad.

LOS TRENES DE HACE UNOS AÑOS

El tren ‘La cochinita’, cerca del Morlaco, en 1961. / Archivo Municipal

Cómo eran los vagones

En la composición del convoy creo recordar que tras el ténder o depósito de carbón estaba enganchado el coche-cama, un vagón dotado de una serie de pequeñas superficies o cabinas donde los asientos se convertían en literas para permitir a los viajeros dormir durante la noche; había cabinas dobles y singles (para una sola persona).

Los coche-cama no eran de RENFE, sino de una compañía inglesa fundada no me acuerdo en qué año; curiosamente los textos estaban en portugués. Lo mismo sucedía con el coche-restaurante, que iba a la cola del convoy para poderlo desenganchar en la estación de Córdoba, porque a una hora determinada dejaba de funcionar como restaurante. La que explotaba estos dos servicios era la ‘Compagnie Internationale des Wagons-Lits’.

En el expreso había vagones de primera y segunda clase; los de primera eran más amplios, más cómodos y tapizados con los mejores tejidos; los de segunda eran más pequeños, menos historiados, más corrientes…

En otros trenes existían vagones de tercera clase, con asientos de madera, apretujados los viajeros, con gente sentada en los pasillos porque se vendían más billetes que asientos disponibles.

Yo, en mi primer viaje con mi padre, fui en primera clase; después lo hice en segunda para ahorrar unas pesetillas. Por otras razones, una vez lo hice en tercera clase, arrebujado entre soldados que iban a su casa o volvían al cuartel después de un permiso, y gentes de pocos recursos.

Aquel penoso viaje de no sé cuántas horas de duración lo hice con once compañeros a Linares para participar en los Campeonatos de España de Campo a Través y Marcha Atlética en la Semana Santa de 1946. Fue una auténtica odisea por la incomodidad, con paradas constantes en todas las estaciones del recorrido.

Yo formaba parte de un equipo de seis para participar en la primera prueba; los otros seis iban a probar suerte en la Marcha Atlética. Íbamos con mucha ilusión, porque los tres primeros clasificados de cada prueba irían nada menos que a la Olimpiada de Londres en 1948. Por supuesto que ninguno del entusiasta grupo convirtió el sueño en realidad. Creo que en mi caso me clasifiqué el 154 entre 300 corredores.

El coche restaurante

Vuelvo a mi primer viaje a Madrid, acompañando de mi padre. Fue la primera y última vez que gocé de los servicios del coche-cama y del restaurante, un auténtico lujo para la época. Si caro era viajar en coche-cama, cenar en el restaurante no le iba a la zaga. Los camareros iban de librea, con guantes, a los cocineros se les veía con los vistosos gorros blancos para impedir que algún cabello escapara de su persona y fuera a caer en un plato o fuente…, y cada plato, en su desplazamiento desde la cocina a la mesa del comensal, iba con su espectacular cubreplatos. Al ser levantada la campana para servir la vianda al cliente, a veces entre tanta parafernalia, se escondía una escuchimizada tortilla francesa.

Fui testigo del mal rato que pasó un señor que estaba cerca de la mesa que ocupábamos mi padre y yo. El cliente debió de pedir pollo, que entonces era prohibitivo por su elevado precio, todo lo contrario de lo que sucede hoy, que es la carne más económica. El camarero le dejó un muslo de pollo. El comensal no sabía cómo meterle mano. Primero con el tenedor, después con el cuchillo, más tarde con los dos cubiertos… Exasperado, dejó los cubiertos sobre el plato, se arremangó las mangas de la camisa, se anudó la servilleta al cuello y con las dos manos cogió el muslo y le hincó el diente sin importarle un pimiento que lo vieran o no comiéndose el muslo que depositaron en el plato con tanta exquisitez.

LOS TRENES DE HACE UNOS AÑOS

El Cercanías por Nuevo San Andrés en 2005, antes del soterramiento de las vías. / L. O.

Los ministros venían en ‘bed’

De los tiempos que escribo –años cuarenta y pocos del siglo pasado- los ministros que se desplazaban a Málaga en viaje oficial, utilizaban el ‘bed’, un vagón reservado a altas personalidades, entiéndase, el Jefe del Estado, los ministros del Gobierno o algún personaje especial. El ‘bed’ era, para entendernos, un apartamento rodante, con cámara para dormir, despacho, mesa de trabajo, cocina, baño, etc. RENFE dispondría de una o dos unidades para atender la demanda del Gobierno. Viajar de Madrid a cualquier provincia del sur o del norte de España era eso, un largo viaje.

Cuando mejoraron las carreteras y se desarrolló la aviación comercial, los ‘bed’ imagino que pasaron a conservarse en el Museo de RENFE, porque son eso, piezas de museo que, utilizando un tópico, ni los más viejos de la localidad recuerdan. Yo soy uno de esos viejos… y lo recuerdo, aunque solamente vi uno en la estación de Málaga que trajo a un ministro para no sé qué, porque yo entonces estaba muy lejos de enrolarme en la profesión que todavía ejerzo por afición.

Traslado forzoso

La sede de la Wagons-Lits de Málaga estaba en la calle Torre de Sandoval, esquina a Strachan. El delegado de Málaga fue objeto de un traslado forzoso por culpa del C.D. Málaga. Los viajes del equipo a las distintas ciudades españolas los organizaba la Wagons-Lits… y, como casi siempre, las arcas del club no estaban muy boyantes. La deuda de club con la agencia de viajes superó los límites de la confianza y la decisión de la dirección de la Wagons fue trasladar al delegado a otra provincia.

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