Memorias de Málaga

Viejos y nuevos impuestos

Hace 70 años pagaban impuestos la tenencia y uso de encendedores, la pasta de dientes, la compra de una lavadora o el «jabón de olor». Con el tiempo, algunos han cambiado de nombre y han llegado otros como el IVA

Venta de jabones en un convento.

Venta de jabones en un convento. / L.O.

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

El Gobierno de España, como el de cualquier otro país del mundo, para subsistir tiene que recurrir a los impuestos. Son imprescindibles para que el país funcione bien o regular. A los ciudadanos les molesta tener que pagar tasas o impuestos, pero alguien (todos) tiene que hacer posible el coste de los mil y un servicios a los que los gobiernos hacen frente, desde la construcción de carreteras hasta el abastecimiento de agua, luz, enseñanza, policía, construcción de puertos, ejército… En fin, todo lo que nos rodea.

Los responsables de cada Gobierno, ante la necesidad de establecer impuestos, les dan vueltas al ‘coco’ para buscar nuevas tasas, porque los establecidos y aceptados a regañadientes por la sociedad son insuficientes y se inventan otros que a veces mueven a la risa.

Charlando hace unos días en una comida familiar, al comentar los impuestos que hay que pagar por todo lo que se compra o se come, recordé uno que mis familiares no se podían creer. Si raro fue la decisión de un Gobierno anterior cuando creó el llamado «impuesto al sol» a la instalación de placas solares fotovoltaicas para la generación de electricidad (pensando el ministro del ramo que los rayos del Sol eran suyo y no de todos), no menos fue el que en 1955, el Gobierno de turno, creó.

Fue el impuesto por la tenencia y uso de los encendedores, esos minúsculos objetos que usaban preferentemente los fumadores para encender los cigarrillos o puros. Sí, no se sorprendan; existió ese impuesto, como el de la gasolina, el butano, la compra de una lavadora, un tubo de dentífrico o un «jabón de olor» (suave y perfumado). El jabón verde y el popularísimo Lagarto para lavar la ropa y el aseo de las viviendas estaban exentos de la tasa. Bueno, todo hay que decirlo; el mechero de bolsillo (de yesca) que era usado principalmente por la gente del campo en aquella época para encender los cigarrillos liados a mano, tampoco figuraba en la lista de los artículos de lujo.

A todos esos productos, y otros que no tenían nada que ver con el aseo, se les adjudicaba y castigaba con el denominado «impuesto de lujo». Recuerdo, entre otros los peines, las grapadoras de documentos y los sacapuntas «made in Japan» porque la industria española no estaba preparada para fabricarlos.

Los antiguos y los nuevos

Los sucesivos gobiernos del nuevo régimen (a partir de 1939), aparte de conservar los impuestos instituidos por la Monarquía y la República, tasaron los productos que he adelantado en el párrafo anterior.

Uno de los impuestos fijos mantenidos por el nuevo Gobierno de 1939 fue la obligatoriedad de poner un sello móvil de 30 céntimos de peseta en todos los documentos relacionados con el dinero en general, así como la famosa póliza de 3 pesetas que encabezaba los escritos dirigidos a organismos oficiales.

Para pedir algo a la Administración o al redactar una reclamación había dos requisitos que cumplir: el papel de barba y la póliza de 3 pesetas.

El papel de barba Guarro (con perdón, Guarro era el apellido del fabricante), tenía más cuerpo que el que se utilizaba normalmente para toda clase de impresos. Se caracterizaba por tener los bordes sin perfilar (de ahí lo de barba) y constaba de dos hojas tamaño folio dobladas. Yo no sé si en los comercios de hoy se expende todavía este papel, que fue obligatorio para tramitar documentos relacionados con la Administración.

Su uso estaba condicionado a unas normas que todo usuario respetaba. Primero, se escribía a mano por supuesto, por una sola cara y en la parte superior de la primera hoja había que pegar un sello o póliza de tres o cinco pesetas, según los casos. Si no llevaba el sello de marras, el documento no era válido.

Con independencia de la prosopopeya del firmante (cuantos más adjetivos laudatorios mejor), antes de la fecha y firma del solicitante, era, si no obligado sí costumbre, agregar «… cuya vida guarde Dios muchos años».

Oficinas de Gestrisam en Tabacalera.

Oficinas de Gestrisam en Tabacalera. / Álex Zea

De la contribución al IBI

Antes de la guerra (los españoles recurrimos con frecuencia a esta frase para referirnos a la época anterior a la Guerra Civil), salvo los potentados que tenían mansiones, castillos y cortijos de su propiedad, los ciudadanos vivíamos en casas o pisos de alquiler, y los propietarios de los inmuebles estaban obligados a pagar lo que se conocía como «la contribución» o sea, un tributo o impuesto.

Poco a poco, y ya de una forma generalizada, los españoles vamos dejando la costumbre de vivir en régimen de alquiler para convertirnos en propietarios de nuestras viviendas. La propiedad horizontal redujo la cantidad de ciudadanos que vivíamos de alquiler, aunque ahora, por razones por todos conocidos, el precio de la compra de pisos o viviendas en muchos casos es imposible porque el pago de las hipotecas no está al alcance de todos, volviendo a remontar el mercado del alquiler.

La contribución que pagaban antes los propietarios de los inmuebles (es decir, de los edificios enteros, y cuyos pisos ponían en alquiler), ahora la pagan los propietarios de cada uno de los pisos. El impuesto ha cambiado de nombre: en lugar de contribución, IBI, Impuesto de Bienes Inmuebles, que suena muy bien y que hoy es el ingreso más importante de los ayuntamientos, los chicos y los grandes. Es el mismo impuesto que antes, pero ‘a lo bestia’, porque ha subido hasta las nubes, que tan roñosas son con Málaga porque nos han dejado fuera de una justa distribución de la lluvia.

El IVA y...

El IVA (Impuesto de Valor Añadido) ha sido el penúltimo hachazo de los impuestos. Ya pagamos impuesto hasta cuando compramos una cebolla, un piso, un pijama, un automóvil de alta gama, unos pañales, un viaje a Japón, un chupete para el recién nacido, la extracción de una muela, un rollo de papel higiénico y el agua que sale del grifo.

Y, por si fuera poco, ya pagan impuesto hasta los que ganan concursos, obtienen premios de la ONCE, de la Lotería Nacional de la Primitiva, del Bonoloto, el Euromillones…

Vamos a bajar los impuestos

En las elecciones españolas, que se suceden como los «partidos del siglo» en el mundo del fútbol (Europa, España, Comunidades Autónomas, y Municipales) los partidos políticos que están en la oposición prometen bajar los impuestos y cuando llegan al poder, los suben, mientras que los que pierden prometen lo mismo, para después volverlos a subir.

Una pregunta dirigida a unos y otros: ¿Cuándo, quién, cómo… España va a pagar el billón y medio de euros que debemos a no sé quién?

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