Crónicas de la ciudad
Confluencia de besugos en la calle Don Juan de Málaga
En esta histórica vía las hordas de mamíferos la han vuelto a tomar con un precioso edificio del XIX. El palacio del Conde de Villalcázar de enfrente se da por descontado.
Los últimos estudios aseguran que los vándalos provenían de Polonia y no tuvieron su origen en la población sueca de Vendel. Vinieran de donde vinieran, el caso es que fueron uno de los primeros pueblos norteños en realizar un ‘Grand Tour’ por Europa y también en descubrir las bondades de Andalucía, allá por el siglo V -tan apreciado por los amantes del ripio facilón-.
El diccionario de la Real Academia deja en muy mal lugar a este pueblo, pero la lengua no entiende de justicias: la primera acepción de ‘vándalo’ es aquella persona «que comete acciones propias de gente salvaje y destructiva».
Siguiendo esta acepción, podemos enmarcar como seguidores metafóricos del rey Gunderico a la horda de mamíferos que ha hecho de la histórica calle Don Juan de Málaga su particular covacha de expresión pictórica. Una expresión, por cierto, que está en franca expansión si nos fijamos en el precioso edificio junto a la palaciega Cámara de Comercio, el número 21 de la Cortina del Muelle, un inmueble del XIX, presente en fotos de la zona en 1880, y que da la impresión de que fue reformado con posterioridad, en especial la última planta.
En él encontramos máscaras y elementos vegetales que han sido absolutamente ignorados por nuestros vandálicos elementos.
De esta forma, los elementales bárbaros han optado por dejar su marca en la esquina impoluta, precisamente debajo de una de las placas de calles más antiguas de Málaga, quién sabe si de los tiempos en los que a pocos metros se encontraban las aguas del Puerto.
Vana tarea hablar de las aguas del pasado a unos merluzos que, calle Don Juan de Málaga adentro, por el estrechísimo pasillo de entrada han hecho de su capa un sayo y no han dejado títere con cabeza, empezando por la decoración barroca del palacio del Conde de Villalcázar.
Gracias a estos desmanes, se ha fundido la decoración parietal dieciochesca con la taruga de nuestros días. El expresionismo besugo prosigue metidos ya en el ensanche de la calle donde, gracias a la altura, se salvan por ahora de vandalismos las pinturas barrocas de este lateral de la Cámara de Comercio, mucho más apreciables.
Al fondo de esta bolsa callejera y con un techo temporal de protección, callado y tapiado, aguarda su resurrección un sobrio edificio regionalista.
Detrás, en pos de su ansiado tejado después de tantos siglos, asoman las piedras de la Catedral con una esperanzadora grúa al lado. No todo van a ser vándalos.
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