Este Málaga ha entrado en barrena y su caída no parece tener fin. Anoche, en otro partido desastroso desde el primer al último minuto, dejó a la luz todas sus vergüenzas, todos sus fantasmas, todos sus miedos y, por su puesto, todas las limitaciones que este equipo tiene. El tropezón contra el Real Betis no es un accidente más, no se puede enmascarar ni con el árbitro ni con los errores puntuales, fue un gran esperpento sólo rescatado por minutos por el gol de Pablo Fornals, que llegó gracias a un regalo rival, pero inmerecido a tenor de los méritos contraídos. Es una derrota dolorosa que también coloca el foco en la plantilla, que no cumple las expectativas mínimas creadas sobre ella, pero que señala al técnico, que cosecha un paupérrimo registro de sólo cinco puntos de 27 posibles.

Sin duda, una involución palpable que ha dejado al Málaga con la cara morada de tantos guantazos y al malaguismo, decepcionado. Porque de una forma u de otra, había esperanza en ver a este equipo reaccionar. Quién más y quién menos se había agarrado a los malos arbitrajes de las últimas semanas, a las lesiones o a los fallos puntuales para atisbar un rayo de esperanza, un clavo al que agarrarse. Ya no hay excusa que valga, ya no hay nada con lo que tapar otro palo. O al menos esa debe ser la realidad para intentar mejorar, no esconderse detrás de argumentos ya manidos.

Porque ni siquiera la coletilla esa de que «los tres de abajo son muy malos» sostiene ya a un Málaga con números de descenso. El conjunto blanquiazul parece que alcanzó su cenit el día que ganó a Las Palmas, el día que consiguió los tres puntos después de nueve jornadas sin hacerlo. Pero desde entonces, dos derrotas a cual peor. Porque si sonrojante fue la caída en Ipurúa contra el Eibar (3-0), no menos lo fue anoche en casa, con una Rosaleda llena y volcada, contra un Betis que venía en horas más bajas que el propio Málaga CF, que ya es decir mucho.

Un equipo, el blanquiazul, que incluso tuvo refresco de jugadores «beneficiado» por las rotaciones del pasado sábado, pero que se mostró más perdido que días anteriores. Ahora, viendo en perspectiva y con los dos partidos ya sobre la mesa, la lectura del Gato Romero el pasado sábado cobra mucho menos sentido.

No hay patrón, no hay lucidez y no hay continuidad. El Málaga juega a la deriva, improvisado por los acontecimientos, camaleónico con el rival que se mida. Y así es imposible encontrar la senda del camino correcto.

Y todo eso pese a que anoche tuvo la dichosa fortuna de contar un gol casi regalado, aunque ésas hay que meterlas. Por fin volvía a sonreír la suerte al equipo blanquiazul, que aprovechaba antes del descanso un error garrafal de la zaga bética. Pero es tan endeble este grupo que se rompió tras el descanso, a poco que le apretaron y con un revés tan simple como un gol del rival. Un solo jugador, Dani Ceballos, volvió loco al Málaga CF y en 45 minutos hizo mucho más que el resto de jugadores sobre el verde.

El bético reventó el partido. Un encuentro que nunca tuvo controlado el Málaga, o al menos no dio la impresión. Porque el Betis, que sí rotó anoche, salió ordenado y solidario, tapó las líneas de creación y llegó con la lección aprendida. Sabía que por el centro el Málaga es inofensivo y que las bandas, con ayudas, no generarían peligro suficiente.

Y así fue la primera mitad, un partido de pizarra y trabado, donde no hubo lucidez malaguista y sí aguante verdiblanco. Los visitantes no tenían el balón, pero tampoco les preocupaba. El equipo del Gato era un mar de dudas y lleno de imprecisiones desesperantes. Ni siquiera se acumularon ocasiones en el bloc de notas.

Hasta que Pablo estuvo listo, aprovechó la indecisión en la zaga y batió a la perfección a Adán (39´). El Betis reaccionó con dos ataques estériles y la ventaja al descanso aplacaba el nerviosismo.

Pero a la vuelta de vestuarios, el Málaga se deshizo como un azucarillo. Lejos de controlar el tempo y el esférico, se aturrulló. Y la zaga ofreció su peor versión, con nervios y con fallos que no habían mostrado hasta ahora. El primer gol, de Jonas, pilló de verbena a la defensa. Se plantó delante de Kameni y no falló (48´).

Era volver a empezar, pero el empate parecía gustar al Betis e incomodar al Málaga, no acostumbrado a que le remonten en casa. Y el paso de los minutos benefició a los verdiblancos porque el choque no aceleraba.

Jony tuvo en sus botas cambiar el destino del partido en el 72´, pero su recorte y posterior disparo acabó saliendo manso por línea de fondo. Y casi en la siguiente jugada, resbalón de Luis Hernández y Sanabria, que no fallaba para poner el 1-2 (74´). Quizás no fuera justo el resultado, pero el fútbol no suele serlo y el Málaga ya debe haber aprendido esa lección.

El resto del partido fue un quiero y no puedo malaguista. Un arreón de rabia y corazón, loable pero tardío y poco efectivo. El Málaga pudo empatar, sí, pero acabó perdiendo algo más que los tres puntos: su credibilidad.