Se llamaba Luis, era madrileño y, seguramente, el último sabio que nos quedaba. No tenía nada que ver con la selección española de fútbol, ni consta que diese jamás patada alguna. Sus armas eran otras. Doctor en Filología Clásica, licenciado en Filosofía, Derecho y Teología, antropólogo y diplomado en Psicología, se murió el pasado 25 de junio sin que casi nadie se haya enterado de su muerte o le haya importado un bledo.

En cualquier país de Europa un intelectual de su talla hubiera tenido funerales de Estado, pero también es cierto que antes de eso hubiera concitado un reconocimiento en vida que a Luis Cencillo se le negó en España sencillamente (perdón por el juego de palabras) porque no entró jamás en el juego de camarillas sectarias en que se ha convertido la cultura.

La inmensidad de su conocimiento humanista era inabarcable e inclasificable y sus opiniones e investigaciones, difundidas en más de un centenar de libros que, en ocasiones, se vio obligado a autoeditar, son de una creatividad que asustó siempre.

Su claridad de pensamiento podía ser demoledora. Estaba convencido de que vivíamos en una sociedad enferma en la que nadie tiene identidad y "somos como niños que no juegan a nada porque tienen demasiados juguetes", y en la que el desfase entre el desarrollo de los canales de comunicación y el desarrollo humano ha hecho que estemos cada vez más incomunicados.

Luis Cencillo, el último sabio que nos quedaba, estaba convencido de que necesitábamos más genios, un grupo de personas que consiguiese el respeto de la masa y pudiera indicar el camino, establecer referencias, algo parecido a lo que ocurrió en el Renacimiento. Pero se mostraba pesimista a que llegara a ocurrir algo así porque, en su opinión, ahora hay menos libertad que en el Renacimiento, pues los artistas y los pensadores están canalizados por una serie de mercaderes (editores, marchantes?) que todo lo someten a sus intereses, impidiendo el paso a cuanto no produzca beneficios. Para el último sabio, lo que en el siglo XVI brotó de forma natural ahora surge de una ´Operación Triunfo´ que es como una involución, porque se elige al más débil y al menos peligroso, o sea, al que resulta más conveniente para los que dirigen.

Ante esta situación, Cencillo planteaba un futuro (un presente ya) poco esperanzador, en el que la llegada a Occidente de los inmigrantes africanos, sudamericanos y asiáticos ("que no son de tradición lógica griega y por tanto tendrán cierto condimento mágico y arcaico, aunque con la tecnología occidental"), inaugurarán un periodo de superstición, una era marcada (desde el mercado) por la necesidad de creer en algo, en lo que sea, cuanto más fácil y masticable mejor, preferentemente en un grupo de muchachos de veintipocos años que, a patadas y comandados por uno al que le dicen ´el sabio´ (cruel ironía), se convierten de pronto en el modelo a seguir y ocupan horas y horas de información masiva, hasta el empacho colectivo, como si nada más hubiera o importara en el mundo.