Ocurrió en Porriño, Pontevedra. Un guardia civil de tráfico, que se encontraba redactando el atestado de un accidente, aprovechó la ausencia de sus compañeros para sustraerle una tarjeta de crédito a un hombre que había muerto como consecuencia del mismo. Llegó a usarla en 69 ocasiones (gasolina, peajes, compras), firmando más de una vez con el nombre del fallecido, gastando un total de 1.323 euros. Aunque ahora la Sala de lo Militar del Tribunal Supremo le ha separado del servicio y le ha impuesto una multa de 2.880 euros, y aunque él, que había alegado en su favor que padecía un trastorno ansioso depresivo, ya había devuelto la cantidad sustraída a los herederos del muerto, su caso es ejemplar de lo que nos viene sucediendo como sociedad en los últimos años. Por resumirlo: primero nos matan y luego nos roban o al revés. Y si no fíjense en estos dos casos sangrantes que están en la cabeza de todos: los banqueros provocan una crisis de la que, gracias a las ayudas públicas, salen indemnes y beneficiados mientras, por su parte, las grandes empresas, a las que también socorre el erario gubernamental de manera desproporcionada e incomprensible (al menos para peatones como usted y como yo, a quienes dejan en tierra decenas de compañías contratadoras sin que el Estado venga a pagarnos en su nombre, como ha hecho con los viajeros de Air Comet, la deuda que tienen con nosotros), juegan al dominó con sus cuentas de resultados para poder aligerarse de empleados y descargarse de responsabilidades, y eso a pesar de que en época de recesión han acabado acumulando un beneficio bolsístico anual del 30 por ciento. Para ir asentando esta paradoja en nuestro imaginario colectivo, y de esta manera desactivarla como futuro elemento de crítica o perplejidad pre-revolucionaria, esos poderosos llevan varias semanas anunciándonos que la crisis pasará pero que el empleo, o buena parte de él, no se recuperará, lo cual me parece una tomadura de pelo: ¿cómo podremos dar por terminada la crisis sin que los parados dejen de estarlo y a qué, entonces, estamos llamando crisis?

Antonio F. P., el guardia civil que le robó la tarjeta de crédito a un muerto, dijo que actuó sin ´facultad volitiva plena´, pero estoy convencido de que su inconsciente sabía que lo que él representaba a pequeña escala, una forma de poder, estaba autorizado a aprovecharse de su posición para obtener dádivas o felicidades por muy ilegales que parecieran. Es lo que él y todos vemos que hacen sin pudor y sin descanso muchos poderosos del capital y de la política: esquilmarnos hasta la muerte o matarnos para así esquilmarnos con más facilidad. Es cierto que a este guardia civil la justicia le ha puesto en su sitio, aunque a uno le queda la sospecha de que la justicia ´acierta´ con más facilidad con los eslabones más débiles de la gran cadena del poder que con los eslabones más gruesos y de mejor aleación. Por no señalar a aprovechados patrios, vean qué difícil lo tiene la justicia italiana con Berlusconi, que parece un sátrapa pero que es, qué vergüenza, el Jefe de Estado de un país democrático que lleva décadas robándole la tarjeta de crédito (y el crédito moral a secas) a sus conciudadanos sin que éstos acierten a salir del trance hipnótico por culpa del cual le votan y le votan sin parar. Por eso sería mejor, para no ponérselo fácil, que dejemos de tener accidentes o tarjetas de crédito o ambas cosas.