De las variadas razones por las que la mirada del lector de periódicos llega hasta un artículo en particular, el título es de las más importantes. Sin duda el lector elige los títulos que le interesan, aunque también los títulos eligen a los lectores. Nunca olvidaré un cartel inmenso en el vestíbulo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense, en el que desde lejos podía verse una palabra escrita en enormes caracteres: SEXO. Aquel título tan descaradamente explícito llamaba a todo tipo de lectores con una eficacia impresionante, era atravesar la puerta de la Facultad e, independientemente de nuestro estatus o condición, irnos directos al anuncio. Por cierto, el objetivo del cartel era anunciar, en letras pequeñas y en una esquina del mismo, la venta de manuales de la carrera de segunda mano. Imagino que hoy, un cuarto de siglo más tarde, aquellos estudiantes serán prósperos publicistas.

De igual manera que tus ojos te han traído a esta columna, querido lector, si la hubiera titulado «Mal clima» serían otros los ojos que hubieran arribado a la misma. Como en la época de los austrias, el negro y la tristeza se han convertido en el uniforme de buena parte de nuestras élites. Para algunos cicutas ser optimista es equivalente a no tener clase o, incluso, cerebro. Sin embargo, que tú estés leyendo estas palabras es la mejor demostración de que, debajo del luto con el que nos pretenden cubrir, late un poderoso instinto de vida y esperanza.

La semana pasada vino a Málaga Jesús Caldera, ex ministro de Trabajo, y en una reunión con un grupo de brillantes y jóvenes empresarios contó que la sociedad española es una de las más solidarias del mundo, que somos el país que más niños adopta y menos devuelve por problemas de adaptación y que tenemos el mejor sistema de trasplantes de órganos, en su tecnología y en su justicia, así como el de mayor número de donantes.

Uno de los jóvenes empresarios que le escuchaba le espetó que de igual manera que nuestro clima atmosférico no es mérito de ningún gobierno, tampoco lo es el clima cívico de la sociedad española. Fue una aclaración injusta porque no era de los méritos de los gobiernos sino de la sociedad española de lo que se enorgullecía el ex ministro de Zapatero. Aquél joven quizá todavía no ha vivido los suficientes naufragios para comprender, como Robinsón Crusoe, que el futuro se construye con lo que se salva del naufragio, y del naufragio de la burbuja inmobiliaria y financiera se ha salvado nuestro clima cívico. Es una buena noticia, pues para reconstruir nuestro progreso económico necesitamos atraer inversores extranjeros, y en Málaga sabemos muy bien que lo que atrae a los extranjeros es nuestro buen clima, tanto el meteorológico como el social. Por eso deberíamos vigilar los gases que expulsan las chimeneas mediáticas, económicas y políticas en España, no sea que terminen por producir también en nuestro medio social un cambio climático.