De tener cierta gracia por su desinhibida, aunque atomizada boca, con hallazgos de choni que se viste con trapos carísimos, Carmen Lomana ha iniciado su propio declive por el peor acantilado posible. Cuando había que rogarle una entrevistita, una perla de mujer rica y tonta, tenía su gracia. A los dos minutos se ve que le cogió gusto a la cámara, y de ser una desconocida muy conocida en los ambientes de la elegante sociedad, tarambana y vacua, la ricachona se calzó las botas y empezó el zafarrancho. Tan bajito ha caído, que hace bolos por capitales en las que los paletos le pagan por acudir a sus fiestas con aroma a glamur morcillero de señoras y señores, y hasta de políticos de relevancia principal, en las que muestra su estática compostura y reparte bendiciones de elegancia cursi, añeja y surrealista. ¿Quién es Carmen Lomana? ¿Qué hace Carmen Lomana?

Era una distante desconocida. Hoy es una mari que encandila a palurdos de casino. Pero como el despropósito no suele tener sentido de la medida, el despropósito crece. Lógico es que Telecinco, esa mamma gorda y fecal, críe y luego devore a seres de irrelevancia extrema y se dirija a gentes de la misma calaña, pero que la cadena más vulgar, bruta, hedionda e indecente estrene una cosa llamada Las joyas de la corona, diga que es una escuela de buenos modales, y ponga al frente de ese cínico puticlub catódico a Lomana, es un sindiós que sólo se le ocurre a cabezas muy, muy perversas. ¿Cómo va a enseñar modales la cadena que desde la mañana a la noche destroza las buenas maneras? A ver, déjate de pollas, me importa un huevo lo del capote, lo que importa es si te metió el cipote, le decía Kiko Matamoros a una. Paolo Vasile, guapo, hala, a la escuela.