Nadie dijo que fuera a haber desfile, pero el público se apostó en el Parque desde bien temprano, a las nueve de la mañana, para ver pasar las distintas secciones del Ejército. El vallado invitaba a pensar que, además de parada y homenaje a la bandera y a los caídos, podría haber pasacalles. Pero no lo hubo. Cierto es que ni desde la Subdelegación del Gobierno ni desde el Ministerio Defensa se había anunciado un desfile militar. Hace tres años que, de hecho, no se celebra. Daba igual, la indignación dejó de ser un estado de ánimo exclusivo de la plaza de la Constitución y se trasladó al Parque, donde un grupo de ciudadanos tiró las vallas e impidió inicialmente que avanzaran los autobuses que trasladaban a los invitados desde la plaza del General Torrijos hasta la finca de la Concepción, donde se iba a celebrar la recepción oficial.

La crispación era notable, con gritos en contra de Zapatero y Chacón. «Menos policía y más desfile», exclamaban, cuando varios agentes a caballo tuvieron que intervenir para permitir que salieran los autobuses. Lo hicieron entre insultos y latas arrojadas contra las lunas, y con un enfado sobresaliente de quienes se quedaron sin ver soldados, y que llegaron a hacer una sentada. Eran malagueños de todo tipo, de cualquier edad, los que se vieron envueltos en la protesta, participando en ella. Caballos nerviosos y a la carrera, no hubo carga, pero sí desconcierto. ¿Y esto por qué? ¿A qué se debieron estas protestas? ¿Por qué tanta irritación?

Luego leo en las redes sociales, e incluso me comentan amigos, que no entienden a qué viene tanto gasto en parafernalia castrense para conmemorar el día de las Fuerzas Armadas en plena crisis. Puede que yo tampoco lo entienda, pero viendo los bares del Centro y los datos de ocupación hotelera este fin de semana en la capital, me van quedando las cosas más claras. Mis amigos también estaban indignados por el despliegue mientras hay familias que tienen que acudir a Cáritas porque no tienen nada que echarse a la boca. «¿Cuántas podrían comer con ese dinero?», me preguntan. Y no sé qué responder. Se me ocurre hacer un alegato sobre los beneficios colaterales que había descubierto al ver las terrazas llenas, pero opto por guardar silencio, posiblemente porque ese dinero sólo beneficie a unos pocos. «Y todo esto con nuestros impuestos». «Efectivamente, igual que el carril bici, que tanto detesto», por fin respondo.

Yo, particularmente, ayer estaba indignado porque no habían venido los esquiadores de Jaca… pero menos mal, porque se hubieran derretido.