Tenemos tres previsiones sobre el final de esta locura a la que llamamos mundo. Dos son proféticas. La otra, natural. Si se cumple el Calendario Maya, todo finalizaría el día 21 de diciembre de 2012, o sea, dentro de año y medio. Si, como dicen los astrónomos que podría suceder, el asteroide Apophis se estrella contra nuestro planeta (probabilidades: una entre 45.000) entonces una hecatombe cuarenta mil veces más dañina que la bomba atómica podría hacer puré a una gran parte de la población mundial en el año 2036, previo susto como aperitivo en 2029, en que la piedra celestial nos rozará en su viaje. Y si el que acierta es Isaac Newton –sí, sí, Isaac Newton–, la humanidad se irá a freir espárragos en 2060, fecha bíblica «detectada» por el descubridor de la ley de gravitación universal.

Hasta hace muy poco no se ha conocido el estudio profundo que hizo Newton para dar con la fecha del Apocalipsis de que habla la Biblia. Nadie pensó, ni llegó a saber en su época, que el cerebro más brillante de la historia hasta ese momento (entregado a insospechados cálculos matemáticos y a revolucionarios descubrimientos científicos) dedicaba muchísimas horas a la investigación de la Biblia haciendo profundas reflexiones y averiguaciones sobre las profecías de Daniel. El resultado de sus trabajos permaneció en secreto más de dos siglos y medio hasta que se descubrieron sus documentos, depositados hoy en el estado de Israel. Por supuesto, no se acepta fácilmente que una mente prodigiosa, capaz de desentrañar leyes físicas que rigen el Universo –algo tan alejado de las creencias religiosas–, asegurara que la fecha del Apocalipsis está predeterminada (2060) y que él la descubrió mediante estudios del Antiguo Testamento. En la ciencia, obviamente no, pero en la religión sus teorías están cuestionadas. Newton fue un personaje extraordinario, introvertido y extraño, que jamás tuvo relación de pareja ni vida familiar, que todo su tiempo lo dedicó a la Ciencia –su faceta reconocida– y al estudio de la Biblia, su obsesiva devoción, menos divulgada.

El profeta Daniel, San Malaquías y Nostradamus conforman las tres fuentes básicas que alimentan el imaginario popular en la creencia de que, tarde o temprano, se acabará de forma dantesca este perro mundo. Pero, de pronto (es un decir), el trío se convierte en cuarteto con un nuevo e insigne protagonista de la temible predicción apocalíptica: Sir Isaac Newton, uno de los dos grandes genios de la humanidad. (El otro, ya lo saben, fue Albert Einstein.)

Resumiendo: Los mayas nos asustan, pero no del todo. ¿A qué llamaron ellos el fin del mundo? Unos expertos dicen que sólo se trata de un cambio de ciclo y otros que cambiarán más cosas, pero sin lluvias de fuego. El Apophis, un peligro real que anda por ahí orbitando y buscando pelea, puede ser neutralizado mediante un pepinazo atómico que desvíe su trayectoria o lo convierta en polvo galáctico. Si los gobiernos de las potencias se ponen de acuerdo, será como en la película. Una nave partirá de Cabo Cañaveral y desintegrará para siempre al meteoro. Si no lo hacemos, éstas serían las consecuencias de un hipotético choque contra nuestras cabezas el dia19 abril 2036. La piedra caería en el Pacífico, el impacto (un millón de megatones) produciría un cráter de ocho kilómetros, desataría tsunamis, nubes de tierra, destrucción masiva. Salvado ese ataque, como en el cine, sólo nos quedaría el Apocalipsis de Newton para 2060. «Cuán largo me o fiais», que diría el Tenorio. En cualquier caso, todos, especialmente los que aspiren a estar en la fiesta (jóvenes, niños y los que vengan) deberíamos serenar el ánimo y racionalizar las plegarias. Que «La Roja» siga ganando mundiales, que una pandemia de paz y amor contrarreste los efectos del Armagedon; que dictadores, sátrapas, tiranos, inútiles, mourinhos, ineptos, imbéciles, estúpidos, déspotas –y demás ralea que mangonea el mundo- se transmuten en personas, obligándolos (como en La Naranja Mecánica) a ver Sálvame sin dejarlos parpadear; y el mismo castigo a niñatos descerebrados y vejestorios con chupas de cuero raídas que nos rompen los tímpanos con el escape libre de sus mierdas de motos; que los amigos de verdad dejen de ser tan sinceros, que tanta espontaneidad jode; que quienes escribimos para que nos quieran, como Gabo y yo, aspiremos a que las personas queramos querernos querer y si alguna no nos quiere la dejamos tranquila para siempre. Hasta el juicio final. Ah, y que baje el paro. Que ya se me olvidaba.