Estamos en crisis profunda. Supongo que se habrán dado cuenta a poco que hayan escuchado la radio, hayan leído la prensa o hayan visto algo la tele estos últimos días. Hace tiempo que ni siquiera la miope mirada de Zapatero puede negar la evidencia. Los brotes verdes que hace años anunciaba la ministra de la cosa de los números resultaron ser moho y ahora parece hasta imposible remontar el vuelo. España –y parece que medio mundo– está en una crisis de proporciones bíblicas, pero lo más descorazonador es comprobar que la solución está en manos de mediocres –aquí y allá–. El futuro de la próxima generación depende de políticos sin ideas que sólo dominan el arte de hablar sin decir nada –unos más que otros, también es cierto–.

Resulta terrible comprobar que la izquierda y la derecha planifican el futuro a golpe de ocurrencias. Que el único punto de coincidencia al que han llegado los dos grandes partidos en España sea la reforma clandestina de la Constitución, en mitad del verano, entre tapas y cervecitas... Como diría Trillo: «Manda h...». Es tan curioso como triste que quienes mandan y los que quieren mandar sólo se pongan de acuerdo para librarse ellos de la crisis. Si hay que prorrogar los contratos temporales de trabajo indefinidamente, se hace. Y si hay que decidir que los contratos en prácticas se puedan firmar a un trabajador de 30 años, se decide.

A nadie se le escapa que la mejoría sólo pasa por el ahorro de dinero público y por evitar el despilfarro tan habitual cuando se dispara con pólvora ajena. Pero la idea más brillante que se ha puesto sobre la mesa para ahorrar es la desaparición de las diputaciones que propugna el político antes conocido como Alfredo Pérez Rubalcaba y que en adelante se hace llamar Rubalcaba (eso sí que es ahorrar).

Quizás sea cierto que con la supresión de las entidades provinciales habría mil cargos públicos menos, pero no tengo duda que para suplirlos llegarían consejos comarcales o algo similar en los que colocar a los que no pueden vivir de otra manera que de la sopa boba que llevan comiendo toda su vida. Yo como soy periodista deportivo a lo mejor es que no entiendo, pero temo que a la larga, por ahorrarnos una reina, acabaríamos teniendo cien princesas.

Puestos a ahorrar podrían acordar los políticos prescindir de las carísimas campañas electorales que no valen para nada o cortar las alas a las comunidades autónomas que sólo han servido para duplicar gastos y ser nidos de tipos a veces de dudoso pelaje. Pero que nadie se ponga nervioso que en noviembre hay elecciones y en diciembre, cada uno a su papel. El que gobierne a excusarse de que la herencia es insostenible y el de la acera de enfrente a criticar. El objetivo de todos es unánime: «Ande yo caliente... y ríase la gente».