Leía el otro día en la tele en uno de esos programas de basurerillo a un grupo de chicas jóvenes y guapas con los tacones más grandes que la falda rivalizando entre ellas para hacerse con los favores de un mozo igual de guapo y aún más macarra. ¿Qué necesidad tendrán estas criaturas –te preguntas– de buscar la fama a toda costa?

Deben pensar que con un buen cuerpo y una caída de pestañas van a salir de pobres, lo que, en realidad, no se les puede recriminar dadas las posibilidades de futuro que hoy en día hay para las químicas cuánticas y las expertas en epigrafía medieval, frente a los ejemplos que vemos todos los días de chavalas anónimas que, por gracia y milagros de la tele, se convierten en princesas del corazón que visten de Armani y pasan las vacaciones en las Seychelles. ¿Quién sabe? Si yo hubiera nacido con el físico de Angelina Jolie, ¿estaría aquí escribiendo esta columna? Sacarle partido al físico no es necesariamente malo. Si eres muy inteligente, te dedicas a la biología molecular o a ser broker en la bolsa; si eres muy alta, juegas al baloncesto y, si eres muy guapa, intentas ser modelo, actriz o novia de Ronaldo.

El problema es que a veces, una duda de si no es mejor funcionar con tu metro sesenta y tus gafas de miope antes que convertirte a los 17 años en una reina de la belleza convencida de que tienes garantizadas de por vida las mansiones, los cochazos, el champán y los trajes de alta costura por tu cara bonita.

Leía hace poco un artículo sobre las mujeres de los traficantes de droga, las «narconovias», chicas guapísimas, voluptuosas y ambiciosas que se pasean del brazo de los reyes de la droga y que viven entre lujos y caprichos. Están siempre perfectas para mantener la atención de su hombre, del que dependen, y acaban por convertirse en una parte más de su propiedad como el Picasso de la pared.

Algunas terminan entrando en el negocio de la droga y aprovechando su belleza o su presunto trabajo como modelos para pasar droga por las fronteras. Son las «mulas» más bellas del mundo, pero «mulas» al fin y a la postre.

Cuando lees estas cosas y ves las fotos de esas jóvenes tan impresionantes que pasan de la pasarela a la cárcel o a la tumba sin que todavía les haya aparecido ni una arruga, te entran ganas de ponerte delante de esas niñas de 18 años que aspiran a salir en algún programa casposo de la tele al precio que sea y hacerles entender que, les guste o no y, lo crean o no, las tetas se les caerán, aparecerá la celulitis y no se librarán de las patas de gallo, y para entonces, más vale que hayan descubierto que son mucho más que muñecas perfectas.