Si la vida no es como uno la vivió, sino como se recuerda, que dijo Gabriel García Márquez, la existencia de Antonio Morales Lázaro, fiscal jefe de Málaga que cesa en sus funciones el 26 de noviembre, ha debido ser muy feliz y productiva. En el ocaso de su carrera, este niño almeriense con corazón malagueño dio los mejores trazos de sí mismo: creó la Fiscalía de Protección a las Víctimas, ha tratado de impulsar los acuerdos prejudiciales y ha seguido ahondando en el camino de especialización del ministerio público en diferentes realidades delictivas.

Bajo su jefatura se han empezado Malaya y otros tantos macrojuicios mediáticos, ha crecido el número de acusadores públicos y se ha prestado una especial atención a los delitos más violentos, como los robos en casas habitadas, especial preocupación de este fiscal con vocación humanista.

Pero encerrar la vida de Antonio Morales en su dimensión jurídica sería reducir al máximo la existencia de un hombre que, con alma renacentista, ha tocado todos los palos habidos y por haber: presidió durante años el Ateneo de Málaga, cuando la actividad cultural en la provincia no era más que un páramo; y preside actualmente la Cruz Roja, institución solidaria que seguirá gobernando pese a su jubilación.

En su visión progresista del hombre y la sociedad, siempre pensó que el delincuente es una víctima más del sistema, por lo que la atención al hecho delictivo no se acababa en la condena, sino que la ofensa queda satisfecha cuando quien la efectuó se reinserta en el cuerpo social y es capaz de desarrollar todas las cualidades en armonía con las normas que todos nos hemos dado.

Lector incansable y amante de la conversación, Morales siempre defendió la esencia profundamente democrática de la justicia como reguladora y árbitro del sistema de partidos, y se parapetó tras un concepto de ciudadanía que, tal vez, sólo unos pocos como él lleven a gala: devolver a los demás más de lo que recibieron.

Morales ha tendido, víctima de esa vocación de transparencia que, en su opinión, ha de distinguir a los tribunales, innumerables puentes entre la prensa y sus compañeros, porque un ciudadano bien informado es un ciudadano completo, con capacidad de decisión y criterio.

Su puerta siempre ha estado abierta a todo tipo de colectivos sociales y políticos y, testigo de la Transición, su aportación a la democratización del servicio público en el que se ha desenvuelto durante años ha sido decisiva. El próximo viernes el fiscal Antonio Morales colgará su toga: se va un hombre irrepetible.