No creo en un dios salvaje. Es él quien nos gobierna, sin solución de continuidad, desde la noche de los tiempos». Esto dice el más cínico de los cuatro personajes de la famosa tragicomedia de Yasmina Reza, recién difundida a nivel mundial por una buena película de Polanski. La catarsis que presenta pone patas arriba muchos principios de civilización y cultura que las sociedades desarrolladas mantienen como pacto tácito para convivir. En clima de buena educación y moderada tolerancia comienza el diálogo que acabará en dramática revisión de casi todo.

Lo cito porque observo un cierto paralelo en los primeros tanteos de los socialistas españoles para la sucesión de Zapatero. La unidad en torno a una sola candidatura es imposible tras la deflagración electoral y mucho más con el análisis del rumbo de los cuatro millones de votos perdidos. Si el PP tan solo se benefició de unos 500.000, el resto ha buscado nuevo techo –de izquierda pura o de centro nacionalista– cuando quedaron al aire las vergüenzas del PSOE, o dicho de otro modo, sus claudicaciones ideológicas.

Como corresponsables de esta deriva, Rubalcaba y Chacón no van a tenerlo fácil si la voluntad mayoritaria del partido quiere «ritornar al segno», como aconsejaba Maquiavelo a las tropas en riesgo de debacle. O sea, reagruparse bajo la bandera, que en el caso socialista es la de la única izquierda con opción de gobierno.

Pero izquierda sin adjetivos de oportunidad. O sea, la que defienden, entre otros, Tomás Gómez y, mucho más elocuentementemente, Juan Fernando López Aguilar. Desde una mirada externa, como la mía, el mejor recurso que tienen para neutralizar al «dios salvaje» de la extinción es tomar muy en cuenta la pureza de principios que personas como López Aguilar han llevado a veces a dimensiones radicales, en difícil equilibrio con su probada lealtad a Zapatero.

Este hombre cree en la política y los políticos de cualquier signo democrático, previa regeneración de los valores y conductas en los casos que sean menester. Y es irreductible, es apasionado, trabaja como cien a la vez cuando se siente motivado. Estas virtudes le han hecho incómodo dentro y fuera de su partido y del gobierno que compartió con el ya ex-líder. Pero parece muy claro que ante dos partidos mayoritarios que habían perdido la distancia, la mayoría social prefirió el original liberal a la copia «socioliberal». López Aguilar es un político genuino, con solida base intelectual. Demostró en Canarias talento y maneras para una fulminante recuperación territorial de su partido, Y es prestigioso aunque lo critiquen.

Tan moderada y socialdemócrata como proceda, los estados europeos necesitan una izquierda-izquierda. Menos por la rotación formal de ideas y programas que por los peligros del dios salvaje que hoy son los mercados. Rendirse a él ha sido catastrófico, además de inútil. A ese dios hay que negarlo y mandarlo al infierno.