A veces, el paréntesis es lo importante del mismo modo que a veces las notas a pie de página son el verdadero libro. Las navidades, este año, lejos de ser una interrupción, han devenido en una profundización de la existencia cotidiana. Quiere decirse que hemos notado más el paro, más la ausencia de recursos, mucho más la caradura de los políticos. Quizá el único que ha disfrutado de un paréntesis verdadero haya sido Mariano Rajoy, al que no hemos visto ni en pintura. Señalada esa excepción, ni los turrones ni los mazapanes ni las zambombas, que no las ha habido, han logrado difuminar los contornos de la vida cotidiana, amenazada por más paro, más impuestos, más prima de riesgo, más recesión. Ni mi perro, que tiene pánico a los petardos, ha notado que era Navidad porque este año tampoco ha habido petardos. De vez en cuando se escuchaba uno, sí, pero amortiguado por la lejanía, como si se tratara de un disparo procedente de una guerra lejana, de una guerra que se libraba en otra dimensión.

Vivimos atrapados en la dimensión de la crisis como el que vive atrapado en el interior una frase. La crisis, en parte, está hecha de frases que actúan a manera de mazmorras y túneles por los que deambulamos como almas en pena. A veces, a modo de una puerta, se abre un sustantivo y entra por el hueco que deja libre un poco de luz. No sé si se ha estudiado la dimensión lingüística de la crisis, creo que sí porque es la dimensión del miedo. Cuanto más miedo tengamos, más manejables seremos. El miedo se aprecia en todas partes, excepto en los rostros de quienes lo manipulan. Ve uno el rostro de un líder sindical, por ejemplo, y no encuentra otra cosa que miedo. A veces el miedo se disfraza de moderación, pero a poco que uno rasque aparece el pánico. Lo último que debe tener un líder sindical es pánico, porque el pánico se contagia a más velocidad que la peste. Deme usted un minijob, despídame gratis, quíteme las ayudas a la dependencia…

Estas navidades se han parecido mucho a un cuento de terror. Las Navidades y el terror cabalgan juntos, constituyen un género. Las niñas han dejado de pedir a los Reyes las muñecas tradicionales, las nancys o las barbies de siempre, para pedir zombis. Los juguetes son una representación de la vida.