Lo peor que soporta cualquier religión es la risa, la broma, la chanza. Sin embargo debe entenderse el recurso cívico a la broma, en legítima defensa. Las tres grandes religiones «del libro» basan su poder en administrar premios y castigos eternos y en su dispensación con arreglo a reglamento. Como es natural, para mantener ese poder las religiones necesitan inocular en los cuerpos, desde que nacen, miedo al tormento eterno y ansia de gloria en proporciones masivas, y luego alimentarlos. Aquí no se discute la utilidad social de esa tarea, que a fin de cuentas ayuda a mantener el orden, sólo se constata el hecho. Es justo que el individuo pueda defenderse de esa fertilización compulsiva de miedo y gloria, y eche mano a la broma, para restarle tremendismo y truculencia al asunto. A veces el bromista se pasa, pero bien mirado la broma más pesada (y a ratos divertida) es la vida misma.