El día del fin del mundo, al amanecer, Venus, hacia Oriente, titilaba igual que una estrella, como si quisiera dejar de ser planeta. Luego emboqué hacia el centro justo en ese minuto fronterizo en que cambia el ritmo callejero, cuando aún se circula bien pero la gente ya anda a carreras. Un viento huracanado y templado no dejaba asentarse la geometría virtual de la ciudad, y las calles perdían aplomo. En Radio Clásica sonaba 5 Novelettes, de Niels Gade, en el aniversario de su muerte, pero de pronto se impuso otra frecuencia en la que alguien (no era Roy) cantaba California Blue. Al ir llegando al trabajo las Novelettes y California Blue alternaban a cada poco: yo iba por la frontera entre dos dominios, justo sobre la grieta. Junté las señales, con cierta sensación de vértigo, y sólo me tranquilicé al comprar el periódico con las noticias de cada día sobre la crisis y sus secuelas.