Termina la Semana Santa y llega el momento de repasar lo vivido, echarle un ojo al itinerario manoseado y doblado que permanece en el bolsillo de la chaqueta y pasar las páginas, una a una. En cada página, cientos de recuerdos. De lo que se ha visto y de lo que era mejor no ver. Porque en Semana Santa hubo muchas cosas buenas, pero también otras que generan preguntas con un tono de estupor.

No podemos obviar que la lluvia ha sido una de las protagonistas de la Semana Santa de este año. Otra vez. La inestabilidad climática, con predicciones que cambiaban casi cada hora, ha alterado recorridos procesionales, horarios y el propio y normal desarrollo de las procesiones. Sin embargo, también ha puesto sobre la mesa la existencia de cierta descoordinación y falta de criterio a la hora de plantear las salidas.

No me quisiera ver en la tesitura de decidir si una hermandad sale a la calle. Cerca de mil personas, en el mejor de los casos, están pendientes de esa decisión. Una presión que no debe ser fácil de soportar. Pero una vez puesto en la situación, hay que encontrar un equilibrio entre la prudencia y la valentía. Hace pocos años las hermandades tendían a suspender las salidas procesionales ante una amenaza cierta de lluvia. Este año, en cambio, he apreciado un crecimiento de esa «valentía» que lleva a las cofradías a salir y persistir. O salir en procesión e ir acompañado de una duda que provoca decisiones precipitadas y poco coordinadas.

El Viernes Santo fue un ejemplo y no el único. Cofradías estorbándose, manejando distintas horas para la lluvia, e intentando acelerar para salir -sí o sí- y volver antes de que se iniciara. Otros días, incluso en los traslados, se vieron marchar a tronos con el paso de la música y cubiertos de plásticos. ¿Cuál era el objetivo? ¿Mostrar lo bien que se mueve el plástico con una marcha procesional? ¿Acaso lo importante sólo es llevar el paso de los portadores al ritmo de la música? ¿Pase lo que pase? Nos olvidamos que lo importante está bajo un plástico.

Veo cosas que cada vez me preocupan más. Jugar con los tronos como si fuera una prueba de habilidad, tratar a los nazarenos como una molestia, poner el esfuerzo sólo en tener la piña de flores perfecta o en que se toque una marcha en una esquina. Pero nos olvidamos de que el motor de la Semana Santa es otro. Está debajo de un plástico.