El rey renunció al yate Fortuna que costó 21,7 millones hace 13 años. El 90% lo pagaron los grandes empresarios turísticos mallorquines y la caja de ahorros Sa Nostra. El 10%, el gobierno balear. La rumbosa fundación formada para regalar el yate no quiso agasajar al jefe del Estado sino al Rey y su familia. El rey es el jefe del Estado pero la fundación separa uno de otro. El jefe del Estado podría ser un presidente de la República, por un lado, y no le darían yate a Juan Carlos de Borbón de no ser rey de España. Ellos querían un rey para su yate y el rey quería un yate para él. El Rey va patrocinado y sus viajes al frente de delegaciones españolas son como vueltas de circuito de Fernando Alonso, aunque más lentas y sin logos en la ropa.

Cuando el Rey dice que no va a volver a usar la nave, esta pasa a Patrimonio del Estado y los empresarios lo reclaman para sí alegando que es un regalo finalista, o sea que del rey abajo, ninguno y que Santa Rita, Rita, un regalo finalista se da y se quita. No sabemos si al Patrimonio del Estado le viene bien este barco que cuesta 26.000 euros llenarle el depósito.

Hay bastantes personas renunciando a herencias porque pierden si las aceptan. No se ha calculado si el Fortuna, a beneficio de inventario, sale a favor pero debería producir algún rendimiento, si es al Estado, al Estado; si a los empresarios patrocinadores de la figura real, a los empresarios patrocinadores sin la figura real.

La velocidad de los empresarios para recuperar el barco parece un automatismo de resorte. Al jefe, el yate; al Estado, nada. El yate para el Jefe del Estado era un patrocinio pero el yate para Patrimonio Nacional es como pagar impuestos.

A muchos empresarios pagar impuestos les parece tirar dinero por la borda, de ahí que haya tantas fundaciones y mecanismos que desgravan y un 20% de la economía española por debajo de la línea de flotación.