Voluntariosos y aplicados nos sentamos a aportar conocimiento al bienintencionado plan para la gestión de la estacionalidad propuesto por la Consejería de Turismo, y hablamos del español para extranjeros, y me preocupé. Y hablamos de los clubes de producto, y me preocupé. Y hablamos de planes de incentivos a los establecimientos hoteleros por permanecer abiertos todo el año, y me preocupé. Y hablamos de un turoperador andaluz que vendería los productos turísticos en origen, y me preocupé. Y hablamos de abaratar los costos fijos de los establecimientos hoteleros durante los periodos de menor ocupación -vía impuestos y otros-, y me preocupe. Y hablamos y hablamos, y me preocupe y me preocupé...

Hasta me preocupé -doblemente en este caso-, cuando hablamos de la actividad hospitalaria y sanitaria denominándola por enésima vez «turismo» sanitario y «turismo» hospitalario -no en el sentido de la hospitalidad que debe serle intrínseca al turismo, sino en el sentido del «turismo» ejercible en los hospitales-.

Ni la sanidad, ni los hospitales son ni serán nunca turísticos, ni el turismo será nunca hospitalario, más allá de sus exigibles capacidades de hospitalidad. La dignísima práctica médica llevada a cabo en territorios con notoriedad turística, con pacientes venidos de lugares distintos de aquel en el que la actividad hospitalaria y sanitaria tiene lugar, es un negocio interesante y bienvenido, un beneficio social y económico para el territorio en el que actúa, y una actividad que diversifica los métodos y canales productivos. Hasta, con el tiempo, pudiera ser una actividad potenciadora de la marca, pero no es turismo. El «turismo» de bisturí no es turismo, ni el turismo, por definición, tiene pacientes. Cosa distinta es el turismo de salud, ese que no hace sangre, ni utiliza el bisturí.

En fin a lo que íbamos: que nos sentamos a mirar de frente a la estacionalidad, y me preocupé. Así fue€ Nuestro enfoque -matiz arriba, matiz abajo-, fue el mismo que viví en mi primera reunión sobre estacionalidad. Desde entonces han transcurrido unos treinta y cinco años ya. Fue en el territorio que más sabe de estacionalidad en España, Palma de Mallorca, y, ya entonces -eran tiempos menos sabios-, todos arremetimos contra la promoción, en su sentido diversificado, especializado y diferenciado, como vía de sanación de la estacionalidad. Entonces -repito, éramos menos sabios-, pensábamos que la solución estaba fuera, en el terreno de juego de la demanda, no en el de la oferta. Error. La gestión de la estacionalidad -la mala y la buena-, se inicia actuando sobre el producto, no sobre la demanda, que viene después.

Me preocupé, porque nos faltó perspectiva sobre las estacionalidades posibles: la estacionalidad del territorio y la estacionalidad en el territorio, que son dos estacionalidades, aunque próximas, distintas. Me preocupé porque fuimos incapaces de centrarnos en los signos de la estacionalidad: la estacionalidad positiva -cuando las cuentas de resultados se nutren-, y la estacionalidad negativa -cuando las cuentas de resultados se depauperan-. Si queremos gestionar la estacionalidad seriamente deberemos ocuparnos tanto de su manifestación positiva, como de su manifestación negativa, porque ambas ponen en riesgo la gobernanza: una por sobrecarga de clientes, que podría acarrear una gestión insostenible, y la otra por ausencia del mínimo de clientes que haría imposible la pervivencia.

Me preocupé, porque, otra vez, hablamos de la oferta y de su estacionalidad ciñendo el corsé solo a nuestro garboso cuerpo. Otra vez se nos olvidaron las gafas de lejos. Todos con las gafas de cerca€ Seguimos sin ver que lo importante no reside en entender el hecho estacional negativo mediante la medición del descenso de oferta operativa en los meses bajos, por simple recuento de la oferta operativa en Málaga o Marbella, sino por la observación de lo que ocurre en el universo global de la oferta en el que viven y se desarrollan nuestros productos; universo en el que, además, coexisten Calviá, Atenas, Antalya, Florencia... El centro de gravedad del volumen de oferta afecta al del volumen de demanda y viceversa. El talento comercializador viene después. Nuestros cierres obedecen a nuestras conductas, más a las de nuestros destinos competidores en el mercado global, versus el universo general de oferta y demanda posibles, que es un universo compartido.

Eché mucho de menos que encaráramos la estacionalidad atendiendo a su ser, por eso me preocupe€ Y, ya ven, en ello sigo...