Nunca nadie tiene la culpa. Si hay una característica que deberíamos celebrar como españoles es la capacidad que tenemos para no asumir nunca nuestra responsabilidad.

Cuando se tuercen las cosas somos expertos en buscar rápidamente a alguien a quien colocarle la culpa. En el ámbito de las administraciones públicas, que son los maestros de esta disciplina, los alcaldes de la provincia siempre tienen a la Diputación o a la Junta a la que culpar. Todo depende del color del cristal con que se mire. Por ejemplo, si un pueblo tiene un problema con su centro de salud, éste siempre achacará que la Diputación no mantiene el inmueble como debiera, pues, casualmente, tiene transferida esa competencia; por otro lado la Diputación sugerirá que no recibe los fondos apropiados del SAS, que por supuesto debe hacerlo, y claro, es culpa de la Junta de Andalucía. No obstante, el consejero de turno dirá que es Rajoy quien con sus leyes y ajustes impide el correcto funcionamiento de la Sanidad. Pero esto no queda aquí, el Gobierno en su totalidad no asumirá tampoco ninguna culpa, sino que es Europa, la crisis o la coyuntura la que impide que en un pueblo recóndito de Málaga no haya servicios sanitarios disponibles.

Esto es muy resumido, porque en esta receta se debe aderezar todo con unas dosis de «son decisiones legítimas», una pizca de «hacemos un esfuerzo inigualable», una cucharadita de «las urnas son soberanas» y la receta perfecta, con el perejil que he oído últimamente y que es de traca, la del político que para defenderse de acusaciones de corrupción te suelta aquello de «no pienses en un político español sino en un español haciendo política». En resumen, que nos están cocinando, poco a poco, a fuego lento. Se quemen.