Estos últimos días tengo más presente a Manuel Belmonte que a mi señora madre. Miro los contenedores de la plaza de la Merced con el mismo interés que me suscitan las presencias femeninas de la calle Larios. Estudio sus formas, de arriba a abajo. Un camión de Limasa, rugiendo a mi vera se me torna un Ferrari F50 en cuya portentosa figura es obligado detenerse, bien por lo poderoso, bien por lo extraño que resulta cruzarse con uno. Bajar la basura se vuelve un debate interno no por reciclar y separar el cartón del orgánico, que ya cumplimos en casa, sino por todas las implicaciones que genera esa oscura bolsa llena de desperdicios. «Que se jodan, ¡menudos son!» «En verdá están en su derecho, a ver si hay acuerdo joé», discuto con el señor de gafas del espejo del ascensor, al que ya le da asco como tiene el suelo habitualmente, como para que encima le convoquen una huelga de limpieza. «Ahí la llevas».

En las dos últimas semanas he consultado con detalle la agenda que el alcalde Francisco de la Torre comparte con la ciudadanía a través del Twitter que tanto le gusta, para ver si en algún recoveco ponía, entre sus quehaceres de la semana, «eternizar hasta la extenuación el asuntillo con los trabajadores de Limasa, siempre en beneficio de Málaga y los malagueños», pero no. No ha habido suerte. Y esa falta de fortuna la pagamos desde la noche del jueves los ciudadanos.

La noche del jueves... cómo olvidarla. Nueve horas de reunión inútil, con su secuela al día siguiente, con pausas para el café en el Ayuntamiento cada media hora y, visto desde fuera, con poca o ninguna gana de llegar a un acuerdo. Bilis que se acumula con el paso de las horas y que cerca de las cuatro de la mañana es casi una oleada al ver el turno tan español de baldeo de las calles del Centro que ejecutan los operarios. Uno baldeando, y dos mirando.

Trabajadores luchando por lo suyo, olvidando la que está cayendo en todo el país, Málaga incluida; una empresa que quiere dar un tijeretazo mayor que el necesario, aprovechando la coyuntura; y un alcalde que pide amor y cariño para Málaga, cuando él le hace la cobra a cada desencuentro en que se convierten las reuniones por solucionar el conflicto. Son las últimas palabras que escribo a título personal sobre el asunto, y no sé si decir de qué parte estoy. Será por la falta de sueño... o por la falta de vergüenza del personal.