El millonario chino Chen Guangbiao, famoso en su país por extravagancias como destrozar su Mercedes para celebrar el «día sin automóviles» o vender latas de aire puro del Tíbet en las contaminadas calles de Pekín, acaba de ganar otro espacio de popularidad más o menos efímera al anunciar su intención de comprar el New York Times y de ofrecer por él mil millones de dólares, una cifra mayor que la fortuna que se le atribuía en 2012. Si otro millonario chino hubiera realizado un anuncio semejante tal vez se le hubiera otorgado más credibilidad, ya que Guangbiao es famoso por sus denodados esfuerzos por salir en la foto. Siguiendo un modelo humano que se repite en todos los continentes, se trata del tipo de nuevo rico que siente una necesidad compulsiva de exhibir su fortuna y a la vez que hacerse querer por la gente; un cariño que compra a golpe de talonario. Nació pobre y se convirtió en millonario con esfuerzo y habilidad empresarial a partir de un negocio de reciclado de materiales. No es la tarea más glamurosa del mundo, pero a Guangbiao le proporcionó una fortuna que empezó a convertir en aplausos cuando en 2008 acudió con sus millones a Sichuan a ayudar económicamente a las víctimas de un terremoto, pero entregando las ayudas en metálico, persona con persona, y foto al canto. Su concepto de la solidaridad no se ajusta para nada a lo que escribe San Pablo sobre la caridad: «no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa». Anunciar la intención de comprar el NY times es todo lo contrario, pero así es el personaje. Lo contrario de lo que mandan los cánones tradicionales de las grandes fortunas: discreción y no anunciar una conquista hasta que está ganada y consolidada. Pero China vive en una fiebre de adoración a los magnates, héroes de los nuevos tiempos. ¿Convertir a la vieja dama gris en una propiedad china? La idea es excitante, aunque los propietarios hayan afirmado por activa y por pasiva que la histórica cabecera no está en venta, una firmeza que tiene su contrapeso en los problemas económicos generalizados del sector. Pero por la misma razón, no parece que sea una gran idea invertir mil millones en un negocio azotado por una especie de crisis permanente. Pero el dueño de Amazon pensó que el Washington Post, a pesar de su curva descendente, era un activo apetitoso para añadir a sus propiedades, y que bien llevado se podría hacer algo con él. Y el Times tiene un valor de intangible difícil de calcular. Visto desde fuera, es una de las fortalezas nacionales de los Estados Unidos. Amenazar con comprarlo con yenes es un mensaje con una cierta vocación humillante, acorde con la pose ultranacionalista que, siempre en busca del aplauso, está adoptando Guangbiao.