Nada puede tener en la Iglesia católica tanta fuerza de choque como la de un cardenal contra otro, y bajo el papa Benedicto XVI se había producido una agarrada de purpurados como no se recordaba desde hacía mucho tiempo. El suceso lo protagonizó el cardenal Christoph Schönborn, dominico y arzobispo de Viena, cuando en 2010 manifestó que el cardenal Sodano, entonces ex secretario de Estado del Vaticano, había bloqueado investigaciones sobre abusos sexuales a menores. Aquello fue un terremoto -por cierto, poco atendido por los medios de comunicación en general- que obligó al papa Ratzinger a reunir en un mismo despacho a su «hijo espiritual», Schönborn, y a quien había sido objeto de sus críticas, Angelo Sodano.

Tras la reunión, el Vaticano emitió una nota sorprendente por lo inusual de las circunstancias, pero muy reveladora del estilo de Benedicto XVI, Pontífice de una honestidad demostrada y muy dado a explicar sus actos. La nota decía: «Debe recordarse que en la Iglesia, cuando se trata de acusaciones contra un cardenal, la competencia corresponde exclusivamente al Papa; otras personas pueden tener una función de asesoramiento, siempre con el debido respeto por las personas». Dicho con otras palabras, el único que le puede tirar de las orejas a un cardenal es el Papa, que, no obstante, aceptará «asesoramiento» en cuanto a palabras o hechos anómalos de un purpurado.

Schönborn había mantenido días atrás una sesión con directores y editores de medios de comunicación austriacos y en ella había explicado que Ratzinger, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, había sido puenteado en numerosas ocasiones por Sodano cuando trataba de realizar investigaciones sobre los abusos sexuales.

Sin llegar a lo escabroso de aquel contexto, otro cardenal ha señalado incisivamente estos días a quien será próximamente hermano suyo en la púrpura, Gerhard Müller, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Desde que el papa Francisco comenzó a insinuar soluciones pastorales para los católicos divorciados que se han vuelto a casar, Müller ha insistido tenazmente en que ello jamás significará que la Iglesia renuncie a la indisolubilidad del matrimonio.

La réplica se la ha dado el cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa y coordinador del grupo de los 8 purpurados que asesoran a Francisco en la reforma de la Curia. Al ser entrevistado por un periódico alemán, Maradiaga ha dicho de Müller que «es un alemán y, sobre todo, un profesor de Teología alemán, y en su mentalidad está sólo lo que es verdadero y lo que es falso; sin embargo, yo digo: hermano mío, el mundo no es así y tú deberías ser un poco más flexible».

Se respira un cierto aire de confusión en este momento acerca de algunas cuestiones doctrinales y/o pastorales. No es una confusión, por fortuna, como la de un cardenal que acusa a otro de encubridor, pero sí sería necesario que el Papa reúna a los purpurados y clarificase por dónde van a ir las cosas.