Les confieso que jamás me hubiera podido imaginar que un día vería unos titulares en los periódicos de nuestra provincia como los que me encontré en la mañana de ayer, el miércoles 30 de abril. Les confieso también que ha sido dura, muy dura, incluso amarga, su lectura. Es obvio que ambas escuelas, en sus respectivas especialidades docentes, siguen siendo las más prestigiosas de Europa. Aunque también es cierto que siguen inmersas en su particular y aparentemente interminable Via Crucis.

Siempre he tenido por norma el observar el más el más exquisito respeto a las instituciones y empresas en las que he tenido el honor de trabajar a lo largo de mi vida laboral. Desde sus comienzos en el verano de 1957 en el Hotel Castillo Clara en Torremolinos hasta el 2 de agosto del 2006. En esa fecha, por jubilación, dejé de prestar mis servicios como director en los Consorcios Escuelas de Hostelería de Málaga (La Cónsula) y Benalmádena (La Fonda). Por lo tanto, no me corresponde el analizar temas internos de ambas instituciones, en tantos aspectos absolutamente modélicas. Pero sí puedo y debo manifestar que mis doce años de trabajo en ambas escuelas me permitieron el participar, con un equipo excepcional de grandes docentes, en una maravillosa experiencia profesional, sin precedentes en los países más avanzados del mundo turístico. Cuando Su Majestad el Rey de España otorgó a La Cónsula en el año 2005 la Placa de Oro al Mérito Turístico, la más alta distinción que el Reino de España puede conceder, dijo el Rey que La Cónsula, sus profesores y sus antiguos alumnos eran un motivo de orgullo para España. No exageraba Su Majestad.

También es bien sabido que el camino de La Cónsula y La Fonda no fue fácil. Las dificultades económicas y las situaciones límite eran lo normal. No obstante, los que trabajaban en las escuelas no dejaron jamás de cumplir con su obligación de hacer un trabajo extraordinario, aunque llevaran meses sin recibir sus salarios.

Se solía decir más allá de nuestras fronteras que la gran cocina europea tenía sus límites meridionales en el río Ebro. Mi maestro y amigo el gran René Lecler, al que tantas veces cito, decía que desde la orilla sur del Ebro hasta la Antártida se extendía un interminable desierto gastronómico, con algún que otro pintoresco oasis culinario intercalado de vez en cuando. Estas dos escuelas malagueñas consiguieron en muy poco tiempo cambiar esas fronteras, esos límites. Hoy la nueva gran cocina malagueña y andaluza es una espléndida realidad. Las instituciones europeas siempre han creído en nuestros jóvenes y en las escuelas en las que se formaron. Y siempre fue un honor el estar con ellos en los grandes foros de la Unión Europea, con los representantes de aquellos ciudadanos europeos que apoyaron con su confianza y su inteligencia a estas pequeñas grandes escuelas. A nuestros amigos europeos, siempre, gracias.