Las familias numerosas han visto cumplida una vieja aspiración: que la protección se mantenga mientras el más pequeño no alcance la edad máxima establecida. Hasta ahora, las ayudas se esfumaban en cuanto el hermano mayor de tres alcanzaba los veintiuno o los veintiséis en el caso de seguir estudiando. La ministra del ramo, Ana Mato, no ha facilitado más detalles en torno a los nuevos requisitos y a la vicepresidenta del Ejecutivo, que ayer se soltó la lengua en el Congreso advirtiendo que «en mi puta vida he cobrado un sobre», le faltó esto tras el último Consejo de Ministros para decir que la reforma en la que se engloba a las familias numerosas es la hostia. Menos lobos. Desde que vienen exigiéndose medidas de tal tenor, el panorama ha cambiado un rato pero no se quieren enterar ye-yé. A estas horas se dedican a remodelar unos parámetros superados puesto que en lo que hay que poner los ojos es en unos treintañeros convertidos por la situación en verdaderos metroadolescentes, que combinan los siguientes rasgos: el proyecto de vida a largo plazo que pueden hacerse se mide a lo sumo en meses; estudian o trabajan según ruede la bola; a salto de mata se dan de alta y de baja en autónomos; en función de ello, alquilan o desalquilan y, en cualquiera de las opciones detalladas, a lo que no renuncian ni atados es al táper. ¿Para cuándo completar esta realidad, Soraya? No estamos hablando de uno o dos casos, sino de una barbaridad. A la edad en que sus mayores tenían a los tres, para ellos la cigüeña se ha extinguido. Y pensando en distender qué hacen los padres, ¿llevarlos a Eurodisney? Bueno allí, y en sitios peores, hay miles más de los nuestros con carreras y másteres por un tubo disfrutando del porvenir como críos. Lo digo antes de que se adelante Báñez.