España demostró ayer su condición de primera prepotencia del Mundial. Ni en la ominosa época de Javier Clemente se recuerda un comportamiento más indigno de los seleccionados sobre el campo. La soberbia es el principal enemigo del deportista, la superioridad se debe aquilatar a diario sobre el campo de batalla. Hay que evitar las cábalas que todavía aspiran a clasificar al equipo de Del Bosque. Si hubiera justicia, Casillas y compañía serían pasaportados de vuelta a sus lugares de vacaciones.

En un Mundial no eres nadie si no te inventan un penalti en contra como a Brasil. La arbitrariedad del japonés Mr. Sushiman estableció una jerarquía que España debía igualar, para mantener su presunta supremacía en el Campeonato. Efectivamente, el colegiado Signore Spaghetti pitó una pena máxima en cuanto vio que Diego Costa dramatizaba una entrada sin consecuencias. Ojalá no lo hubiera hecho, porque los hombres de Del Bosque incubaron allí una complacencia letal para sus intereses.

Por lo visto, la FIFA ha decidido congraciarse con el país anfitrión, mediante la sabia medida de ordenar un penalti en cuanto un brasileño se tire en el área. Cabe decir a favor de España que Xabi Alonso fue más recatado que Neymar en la celebración. Claro que el brasileño tenía que disculpar en el partido inaugural su temporada de asueto. Corrió más contra los croatas que en su millonaria trayectoria barcelonista.

Hasta entonces, Holanda avanzaba golpe a golpe, en una secuela de la final de Sudáfrica. Mad Max De Jong seguía coceando, ahora a Busquets. El seleccionador holandés solo había liberado al guardameta y a Van Persie de la violencia obligatoria. España exhibía su superioridad curricular, pero sin un átomo de convicción. Fue así que Silva equivocó el remate al pase del año a cargo de Iniesta, cuya lucidez no bastaba para alumbrar a sus compañeros. Estas concesiones se pagan, por lo que Holanda empató al minuto siguiente. Se mascaba la tragedia.

Permítanme un aparte sobre Lord Van Persie. He tenido el honor de compartir gimnasio con el goleador holandés, mejor no pregunten. La elegancia no le abandona en ninguna circunstancia. Pocos jugadores pueden emular su empate de ayer. Tal vez haya que remitirse a Van Basten. Ochenta goles en su selección explican que Casillas todavía ande calculando la parábola del cabezazo a ciegas del delantero del Manchester United en el empate, mientras el legionario Sergio Ramos se limitaba a contemplar la humillación con aire marcial.

Mi poético homenaje a Van Persie se diluye a la vista de su agresión a Casillas en el tercer gol holandés. ¿El tercer gol? En efecto, y vendrían dos más. España se fue disolviendo conforme avanzaba el encuentro. Holanda prescindió de la violencia y propinó las patadas donde la espalda pierde su casto nombre. Con todo, la degradación de la escuadra española en la estación de las lluvias brasileña se consolidó en el segundo gol. Veamos. El Bayern ficha a Guardiola para que licencie a Robben, que en Inglaterra se había labrado merecida fama de quejica y que sesteó en el Madrid. Pues bien, este delantero prejubilado dribló en cuatro ocasiones sucesivas a la excepcional pareja formada por Ramos y Piqué. Quienes saben de fútbol se extasiaban ante el mejor tique de la historia del fútbol mundial. Su predicción tenía tanto valor como si la hubiera efectuado un economista. Los centrales parecían sacados de Mira quién baila.

Piqué ha estado más contorsionado que lesionado. Casillas ha abdicado en plena competición. En su despedida rindió homenaje a los delanteros holandeses, permitiendo que le marcaran un gol en cada ataque. La veintena de privilegiados españoles, que optaban a una bolsa de 700 mil euros per cápita, deben apresurarse a pedir perdón a sus compatriotas. Ni la irracionalidad que acompaña al fútbol justifica un marcador que nadie se atrevería a calificar de injusto.

Van Gaal es más español que Diego Costa, que encima se permitió el lujo de propinar un cabezazo a un holandés en un lance que debió costarle la expulsión del Mundial. En una noche no se dilapida el crédito acumulado en tres títulos consecutivos, pero España perdió ayer su penúltimo factor de cohesión.