Escenografía: medio millón de personas en dos calles que forman una V, y, en el vértice, futuros votantes de 16 años, en los que se concentrará la energía de una masa en la que todo el mundo estará en su sitio y su color precisos, para formar la bandera. En el escenario, casi 1.000 urnas, una por municipio catalán. En apariencia es la apoteosis del poderío de una calle en orden, con una estética que aspira a seducir, no a sobrecoger. ¡Un evento que sorprenda al mundo, con la fuerza de la inauguración de la Olimpiada, hace 22 años! Y, sin embargo, en ese mismo orden en el que se dispone a una masa de personas previamente inscritas con nombre y apellidos, en la conversión de una multitud en escenografía, en la uniformidad como alarde de poder, en la exhibición a todo el orbe del corazón común de la nación, hay una señal muy alarmante, y también un aviso: quien no está aquí, esta fuera.